Elena Llorens y Eduard Vallès
Como continuación de la entrada de la semana pasada, en la que dábamos cuenta de las principales novedades que el visitante encontrará en el remodelado espacio «Arte y Guerra Civil» de la colección de arte moderno, hoy pondremos el foco en el importante fondo de obras de este periodo que conserva el Museu Nacional, cerca de 270 piezas, sin las que no hubiera sido posible abordar una remodelación de esta envergadura. La pregunta más repetida estos días es: ¿cómo es que el museo tiene todas estas obras de la Guerra Civil?
Un fondo oculto durante cuarenta años
A mediados de la década de 1980, el Museo de Arte Moderno de Barcelona –cuyas colecciones de arte de los siglos XIX y XX se integraron en 2004 en el Museu Nacional d’Art de Catalunya en virtud de la Ley de museos aprobada en 1990– emprendió la revisión de sus fondos de cara a la publicación del catálogo del fondo de pintura. Aquella revisión consistió no solo en poner en solfa catalográfica las piezas sino, en algunos casos, en localizarlas en las distintas dependencias de titularidad municipal donde constaba que se habían depositado a lo largo de la historia del museo.
En los almacenes del Palau Nacional, sede entonces del Museu d’Art de Catalunya, también se encontraron y documentaron varias pinturas pertenecientes a esta colección que seguramente habían quedado almacenadas desde el final de la guerra, cuando se decidió la segregación de las colecciones modernas del Museu d’Art de Catalunya, inaugurado en 1934, para formar un museo independiente en el antiguo Arsenal del parque de la Ciutadella. El hecho más sorprendente, sin embargo, fue localizar un contingente de obras de temática de guerra –de la Guerra Civil española, más en concreto– que, literalmente, no había visto nunca la luz pública. ¿Cómo era posible?
Fernando Briones, Alegoría del fusilamiento de Federico García Lorca, 1937; Amado Oliver, Después de un bombardeo, 1937
No se sabe a ciencia cierta cómo, cuándo y por qué llegaron a Montjuïc estas obras, ni por qué a esas alturas aún no habían salido de la madriguera donde estaban «escondidas», teniendo en cuenta que ya hacía diez años que España había dejado atrás la dictadura, circunstancia que mereció varias críticas en su momento. Al contrario, es fácil imaginar que fueron ocultadas durante más de cuarenta años a fin de preservarlas de una destrucción posiblemente segura por cuanto todas eran obra de artistas comprometidos con la República: Alberto Sánchez, Horacio Ferrer, Manuel Ángeles Ortiz, Antonio Ballester, Emiliano Barral, Antonio Rodríguez Luna, José Bardasano, Juana Francisca Rubio, Salvador y Pitti Bartolozzi, Fernando Briones, Ramón Puyol, Enric Climent, Gregorio Prieto, Ramón Gaya, Helios Gómez, Apel·les Fenosa, Francisco Mateos, Eduardo Vicente, Josep Viladomat, Ginés Parra, Arturo Souto, Santiago Pelegrín, Miguel Prieto, y un largo etcétera de pintores, escultores, dibujantes y grabadores, algunos de ellos muy desconocidos.
José Antonio González Ballesteros, ¡Compañeros!, 1936; Ginés Parra, Masas-resumen, hacia 1937
Juana Francisca Rubio, Héroe, hacia 1937; Santiago Pelegrín, Bomba en Tetuán (Madrid), 1937
Sea como sea, este hecho no tardó en ser celebrado y la mayoría de las obras se expusieron públicamente en la muestra titulada Arte contra la guerra, que tuvo lugar en 1986 en el Palau de la Virreina de Barcelona, comisariada por Pedro Azara. En el año siguiente, el entonces Centro de Arte Reina Sofía expuso en Madrid una parte muy sustancial de este fondo en una muestra dedicada íntegramente en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937, cuyo catálogo, firmado por su comisaria, Josefina Alix, es hoy todavía una referencia para el estudio de este episodio capital para el arte moderno español.
Los reversos, la clave para desentrañar la procedencia de las obras
De resultas de la investigación llevada a cabo para estas dos exposiciones, se pudieron aclarar algunas de las incógnitas que se habían cernido sobre las obras y sus respectivos autores en el momento de ser descubiertas y, lo que es más importante y menos conocido: la presencia de dos modelos de etiqueta diferentes en el reverso de muchas de las pinturas permitió dilucidar la procedencia de las obras y, en consecuencia, iluminar una parte sustancial de su historia; de paso, se empezaron a a atar cabos de por qué habían acabado los almacenes del Palacio Nacional.
La inscripción estampada en el primer modelo de etiqueta, «Exposición de Arte y Técnicas de París 1937 / Pabellón de España», dejó boquiabierto a todo el mundo porque ponía el punto y final a una historia que había quedado en suspenso desde 1939: durante más de cuarenta años se había considerado que las obras que habían participado en la sección de Artes Plásticas del Pabellón Español de la Exposición Internacional de París en 1937, inaugurado el 12 de julio, se habían perdido irremediablemente: o bien habían sido destruidas a saber por quién y cuando, o bien no habían vuelto jamás de París. El caso es que muchos de los artistas participantes vivieron cuatro largas décadas preguntándose qué había sido de las obras que un buen día habían enviado desinteresadamente en París para contribuir a exhibir ante el mundo el excelente tono muscular de qué gozaba la cultura española bajo el régimen republicano y desmentir, de paso, las noticias tergiversadas que esparcían los insurrectos. Algunos de ellos murieron sin conocer el final de la historia; otros, aún vivos a mediados de los ochenta, pudieron recuperar sus obras profundamente emocionados; y los herederos que lo solicitaron tuvieron la oportunidad de recuperar lo que por derecho les pertenecía. En total, unas sesenta obras fueron restituidas a sus legítimos propietarios, algunas de las que actualmente se pueden ver en otras colecciones públicas de España, como el icónico Madrid 1937 (Aviones negros), de Horacio Ferrer, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Miguel Prieto, Espigadoras, hacia 1937; Fernando García Alegría, Virgen ante su hijo muerto, 1937
La investigación llevada a cabo por Josefina Alix fue determinante para atar todos los cabos: las obras se enviaron a París desde Valencia, donde en la primavera de 1937 residía el Gobierno de la República y una comisión creada ex profeso se había encargado de la selección de las piezas; al desmontar el pabellón en la primavera del año siguiente, los camiones que volvían a España con todo el material se detuvieron en Barcelona porque, aparte de que el Gobierno se había visto obligado a trasladarse allí ante el avance de las tropas insurrectas, las comunicaciones por tierra con Valencia estaban cortadas. Es de lógica pensar que a los artistas valencianos y de otros lugares del Estado que habían sido seleccionados les fuera materialmente y logísticamente imposible ir a recoger las obras, la guerra avanzaba implacable y el final estaba cada vez más cerca… No sabemos si, desde los camiones, las obras fueron directamente al Palacio Nacional o si primero «durmieron» en otro depósito de la ciudad; tampoco sabemos quién dio la orden de trasladarlas a él, ni quién de ocultarlas durante tantos años. Vista la represión que se desencadenó a partir del 39, se hizo muy santamente. Gracias a ello hoy tenemos una imagen muy precisa del papel que tuvieron las artes plásticas en el Pabellón Español de la Exposición de París.
La segunda etiqueta, con la inscripción «Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad / Concurso de pintura, escultura, grabado y dibujo – Año 1937», permitió reconstruir un episodio importante más para el arte español en tiempos de guerra, al tiempo que dejó definitivamente establecida la procedencia del otro gran grueso de obras descubiertas. Dejemos que sea el lenguaje administrativo de la época lo que nos informe de los motivos que llevaron al Ministerio a convocar este concurso en septiembre de 1937: «La necesidad de recoger la exaltación plástica que motiva la gesta heroica del pueblo español, dispersa hoy en parciales manifestaciones, de mantener viva y con sentido de continuidad nuestra tradición artística, y de conseguir que las múltiples facetas del momento puedan tener adecuada repercusión, mueven a este Ministerio a preocuparse de la situación de nuestros artistas, buscando el estímulo y ayuda necesarios para sus creaciones. A este fin el Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad, a propuesta de la Dirección General de Bellas Artes, convoca a un amplio concurso de pintura, escultura y grabado […]».
Más allá de los objetivos que se perseguían –que no entraremos a valorar aquí– lo que interesa aquí es destacar que las bases del concurso preveían organizar una exposición con las obras seleccionadas, además de una serie de recompensas económicas para las premiadas. Las circunstancias históricas excepcionales hicieron que los plazos de entrega se fueran ampliando hasta diciembre y que finalmente el Ministerio optara por reconvertir la exposición de las obras seleccionadas en la primera de una serie de Exposiciones Trimestrales que, desgraciadamente, no tuvo continuidad. La muestra se inauguró con éxito en agosto de 1938 en el Casal de la Cultura de Barcelona (recordemos que el Gobierno español estaba instalado en Barcelona desde la primavera), y entre los galardonados se encontraba El Madriles, de Josep Viladomat, y Bombardeo, de Enric Climent, obras actualmente expuestas. Pero son muchos más los artistas que concurrieron, y queda claro que la mayoría tampoco pudo ir a recoger sus obras una vez clausurada la muestra. El gran número de piezas almacenadas en el Palau Nacional procedentes de este concurso y posterior exposición así lo certifican.
Apel·les Fenosa, Lleida, 1938; Enric Climent, Bombardeo, 1937
Francisco Mateos, Noche, 1937; Arturo Souto, Nueva familia, 1937
La historia quiso, pues, que más o menos por la misma época (verano de 1938) en Barcelona se reuniera un conjunto de obras de temática mayoritariamente de guerra y procedencia diversa pero con un denominador común: su abierto antifascismo. No nos sorprende que a partir de enero de 1939 fuera necesario meterlas en algún escondite seguro y disimulado.
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