‘RecuperArt-19’: cuando el arte es capaz de curar

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Anna Calvet

¿Puede curar el arte? Yo soy de las que piensan que sí. En él he encontrado refugio muchas veces. Cuando estoy desanimada, me gusta sumergirme en el silencio de los museos para buscar respuestas (o encontrar aún más preguntas). Porque en una obra puedo descubrir mi propio reflejo. Un espejo que me devuelve lo que le proyecto. Es por eso por lo que el arte es mágico. Porque puede tener tantas interpretaciones posibles como personas hay en este mundo.

Hace un año, y casi por sorpresa, mi vida y la de todos/as hizo un giro de 180 grados.

Trabajar en un Centro de Atención Primaria como miembro de un equipo de Atención al Usuario, pasó de ser una tarea relativamente segura a ser una tarea de riesgo. Y, al contrario de lo que la gente creía, el volumen de trabajo creció a niveles inesperados. Me pasaba muchas horas atendiendo llamadas y escuchando testimonios espantosos de personas a las que la COVID-19 les había robado a sus seres queridos, de los que no habían podido ni siquiera despedirse.

Aprender a gestionar el miedo a mi muerte o a la de las personas que quiero, fue una de las cosas que más me costaron al principio de la pandemia

Los pacientes nos llamaban angustiados, pero yo no dejaba de ser una persona que también estaba atemorizada. Aprender a gestionar el miedo a mi muerte y a la de las personas que quiero, fue una de las cosas que más me costaron al principio de la pandemia. A pesar de ello, el ser humano tiene una gran capacidad adaptativa y, al cabo de unas semanas, acabé acostumbrándome a ello y “normalizando” lo que estaba pasando.

Llegó el mes de agosto y, mirando el Instagram del Museu Nacional, descubrí el programa ‘RecuperArt-19’. Como amante del arte, me dije: “¡Suena bien!”. Se trataba de un proyecto para cuidar la salud emocional de los profesionales sanitarios. “Mira, ¡como anillo al dedo!”, pensé. Se lo propuse a mi pareja, que también trabaja en Atención Primaria, y allí nos plantamos a principios de septiembre.

Programa para mejorar el estado emocional de los profesionales: Recuperart-19

Después de subir las escaleras de Montjuïc (medio ahogados por el extra de la mascarilla) llegamos al Museu Nacional d’Art de Catalunya y preguntamos en recepción si podíamos participar en el programa. Nos pidieron la acreditación como personal sanitario y, muy amablemente, nos explicaron cómo funcionaba. A continuación, nos entregaron una bolsa de tela, en cuyo interior había un cuaderno y un bolígrafo.

El cuaderno iba acompañado de una ficha con varias obras del museo, seleccionadas especialmente para este proyecto. Un total de cinco piezas de diferentes estilos y épocas. La idea era que escogiésemos una y que, a partir de ahí, fuésemos llevando a cabo las actividades que nos proponían en el cuaderno, entre las que había técnicas de respiración, dibujo, escritura, etc.

Material para los participantes en el Recuper’Art en el museo

Después de entretenernos un buen rato observando los curiosos métodos de tortura medievales plasmados en el arte catalán, llegamos a la Colección de Arte Moderno. Más allá de las obras seleccionadas, allí vi una que hizo cambiar mi primera elección. Al fin y al cabo, el cuaderno no dejaba de ser una guía que tenías que adaptar a tus necesidades emocionales. ¡Se trataba de sentirnos libres para expresarnos!

Me quedé mirando el cuadro un buen rato. ¿Cómo podía reproducir tan bien cómo me había sentido durante los meses de confinamiento?

Me quedé mirando el cuadro un buen rato. ¿Cómo podía reproducir tan bien cómo me había sentido durante los meses de confinamiento? El arte y su gran poder para explicar emociones que no podemos contar con palabras. La obra se titulaba La prisión, de Joan Ponç, realizada en el año 1950. Me consolaba saber que seguramente alguien se había sentido, hacía ya años, como yo.

Joan Ponç, La Prisión, 1950

En aquel punto, el cuaderno proponía escribir un pequeño relato. La historia que creíamos que se escondía tras la obra que habíamos escogido. Comparto lo que escribí:

No sé la hora qué es, pero tampoco me importa. Es curioso que cuando pasas tantas horas contigo mismo acabas aislándote de lo que te envuelve. Y las horas, los minutos, el tiempo, se cuentan de otra manera.

Sé que esto no será para siempre. Por eso he aprendido a estar tranquilo. Por simple supervivencia. Para no volverme loco. En estos casos, el autocontrol es importante.

Miro la ventana y la pequeña luz que entra por ella. Una luz que a mi me parece la de un día de verano. Me conformo con poco.

Mmmm… como me gustaría comerme una buena paella…

El deseo te mantiene vivo. Es importante no dejar de desear. Porque, si pierdes la esperanza, es que ya has dejado de respirar.

La luz me calienta los pies y me recuerda las sábanas que me ponía encima bien entrada la madrugada.

Es curioso que estando encerrado en esta prisión haya encontrado mi equilibrio. Mi paz, mi calma.

No quiero ni estaré aquí para siempre.

Pero, aunque mi cuerpo esté en cautiverio, mi mente siempre puede volar.

Volar, besar, querer, vivir.

Nada es para siempre”

Al acabar de escribir esta historia, enseguida mi di cuenta de que era mi propia historia. Y que había sido sincera conmigo misma, había sido capaz de confesarme que, por suerte, lo que me había pasado durante estos meses no había sido tan malo.

Si creéis como yo en las capacidades terapéuticas del arte y de la cultura, no dejéis de visitar los museos. Ahora más que nunca. ¡La cultura cura!

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