Francesc Quílez
No deja de resultar contradictorio el hecho de que un artista tan brillante, resolutivo y eficaz, como fue Marià Fortuny, debido a su conocida facilidad para alcanzar resultados rápidos y excelentes en cualquier disciplina; acusara, de vez en cuando, una debilidad inesperada que le condujera a un estado de melancolía creativa y fuera incapaz de concluir aquello que había comenzado. Y lo que produce aún mayor estupor es que, en contra de lo esperado, no siempre optara por la solución más fácil y cómoda, la de abandonar el trabajo empezado, sino que, en muchas ocasiones, decidió acarrear con el problema, como si de un pesado fardo se tratara e incluso no renunció a acometer los retos más comprometidos.
Fortuny y sus creaciones inacabadas
A lo largo de su vida artística, Fortuny dejó a medio hacer un sinfín de producciones que estuvieron, la mayoría de ellas, relacionadas con su actividad pictórica, aunque tampoco faltaron las enmarcadas en su actuación como dibujante o, incluso, aquellas que documentan su condición como reputado grabador.
A nuestro juicio, es necesario realizar algunas reflexiones sobre una de las ideas nucleares, de su sistema artístico, una de las intelectualmente más atractivas y una de las que más marcó su devenir como pintor, ya que puso en entredicho su reputación de autor eficaz y resolutivo. Sin embargo, esta paradoja ha pasado muy inadvertida, a pesar del evidente calado de profundidad que llevaba aparejada la voluntariedad de renunciar a finalizar las composiciones iniciadas. En el caso de un autor acostumbrado a no tirar la toalla, con fama de ser una persona acostumbrada a perseverar, a no dejar sin completar aquello que había empezado, venía a significar reconocer una incapacidad y dejar incompleto y mutilado el proceso creativo.
Aunque resultan prácticas difíciles de interpretar y podamos correr el riesgo de adentrarnos en el terreno de las especulaciones gratuitas, escasamente fundamentadas, lo cierto es que la tipología de creaciones inacabadas, o, si utilizamos una perífrasis eufemística, incompletas, trasciende el carácter episódico u ocasional, para devenir una característica bastante reiterativa que emerge en diferentes etapas de su actividad artística.
Obras incompletas, una constante en la carrera de Fortuny
En definitiva, se trata pues de una dinámica que, debido a su reiteración, lejos de aparecer intermitentemente u ocasionalmente se convirtió en una constante que acabó por formar parte de su recorrido profesional. Como ya hemos tenido ocasión de remarcar, en alguno de nuestros trabajos publicados, esta supuesta debilidad alcanzó su cénit durante el período en el que el pintor estableció su residencia en la ciudad de Granada. De esa época podemos enumerar, por citar sólo algunas de las más conocidas, las siguientes creaciones en las que encontramos las características mencionadas: Paisaje de Granada (Museu Nacional d’Art de Catalunya), La matanza de los Abencerrajes (Museu Nacional d’Art de Catalunya), Músicos árabes (Museo Fortuny de Venecia) o Carmen Bastián (Museu Nacional d’Art de Catalunya).
Sin embargo, más allá de las meras especulaciones, nada sabemos sobre las causas que pudieron motivar este fenómeno, y mucho menos cabría imaginar que, en la obra de un artista, reconocido por su alto grado de perfección y virtuosismo, pudieran, al mismo tiempo, coexistir un tipo de composiciones alejadas de este horizonte perfeccionista con otras en las que la impresión causada es la contraria. En este último caso nos encontramos ante una actitud que, aparentemente, podríamos calificar, si realizáramos un juicio crítico, muy severo, basado en razones de orden canónico, de descuido, desidia o negligencia.
La verdad es que, en cualquier caso, se trataría de un juicio demasiado precipitado y tampoco resultaría justo, por nuestra parte, considerar estas composiciones incompletas como si fueran el resultado de una especie de dejadez profesional, de abandono personal. Tal vez sería necesario revertir los prejuicios perceptivos y más que realizar una lectura negativa, convendría contemplarlas como ejercicios muy estimulantes, como un tipo de obras nada convencionales, porque nos obligan a reflexionar y plantearnos, entre otros aspectos, el por qué un artista, dotado de unas facultades incomparables, caracterizado por perseguir un alto nivel de excelencia, decidió, en determinados momentos de su vida profesional, dejar inacabadas algunas de sus obras y alejarse de aquellos referentes estéticos que mejor reflejaban un ideario estético de características perfeccionistas.
Al anterior aspecto, cabría añadir un segundo, más polémico e indirectamente relacionado con la canonización de la obra del pintor y lo contradictorio que, aparentemente, resulta reconocer la autoría del pintor en obras que no fueron acabadas.
Lo cierto es que los museos, en los que, a nuestro juicio, con buen criterio, se ha decidido ignorar este precepto, y han decidido presentar obras suyas, a pesar de su apariencia, sin proponérselo han acabado por soslayar una cuestión fundamental, ya que han acabado contraviniendo los criterios de selección que forman parte de las grandes instituciones patrimoniales y que responderían a la aplicación de arquetipos inmutables.
Por lo tanto, con su decisión, estos centros, de manera totalmente accidental, han venido a reconocer que la imperfección también es hermosa, es merecedora de la concesión de la credencial icónica, y es digna de ser contemplada en las paredes de un museo. En definitiva, se trata de un gesto de una gran trascendencia ya que viene a cuestionar el peso de la tradición, remueve las convenciones y las inercias que suelen presidir la gestión de las instituciones patrimoniales, acostumbradas a aceptar a regañadientes todo aquello que pueda perturbar la ortodoxia fetichista del objeto canónico.
Otros ejemplos de non finito en la historia de la pintura
Si bien puede resultar una afirmación controvertida, podemos plantearnos este fenómeno, salvando las distancias, como una feliz coincidencia con el famoso non finito identificado con la figura del polifacético Leonardo da Vinci, una estética que también fue practicada por Michelangelo Buonarroti. Con su actitud, ambos autores prefiguraron una nueva sensibilidad, muy cercana al paradigma moderno, que años más tarde fue compartida por Fortuny. A grandes rasgos, esta poética se caracterizó por la voluntad de desterrar los principios dogmáticos y configuró una forma diferente de entender tanto el acto creativo, como el proceso de recepción del mismo.
También es cierto que en la historia de la pintura existen un gran número de ejemplos que documentan un tipo de práctica muy generalizada entre los pintores y, aunque pueda resultar paradójico, si nos situamos en el contexto de los ideales estéticos academicistas y la irradiación del gusto pompier, el siglo XIX fue uno de los períodos históricos en los que este tipo de comportamiento, tan poco ortodoxo, fue bastante habitual, ya que los artistas nunca dejaron de realizar probaturas, de experimentar.
Sin ir más lejos, en la propia colección del Museu Nacional d’Art de Catalunya encontramos algunos ejemplos que vienen a certificar esta tendencia. Sin pretender ser exhaustivos podemos mencionar algunas obras de Antoni Fabrés en las que descubrimos este mismo horizonte estético. En concreto, tanto el Retrato de Francesc Casanovas Gorchs, como el Descanso del guerrero, al tratarse de dos pinturas inacabadas, ilustran perfectamente la fortuna de un tipo de práctica muy generalizada entre los artistas de la época.
Al fin y al cabo, lo más interesante es que este hecho, extendido en su uso, viene a subrayar la existencia de un proceso de resquebrajamiento del modelo canónico, basado en una concepción rígida del fenómeno artístico y, sobre todo, en la existencia de una determinada tipología de obras que aspiran a reproducir un arquetipo, una imagen idealizada, sin que pueda contemplarse, ni tan siquiera, la posibilidad de que la imperfección también pudiera formar parte del fenómeno artístico y tuviera derecho a gozar de visibilidad.
Del mismo modo, conviene subrayar las implicaciones de un modelo que también contribuye a alterar las normas tradicionales de la recepción artística. No en vano, una obra incompleta obliga al receptor a realizar un esfuerzo suplementario que le lleva, ante una obra abierta que se descubre ante sus ojos, a imaginar, entre un abanico de infinitas posibilidades, un posible final.
Al no existir, un desenlace esperado y previsible, que solía cristalizar en una forma acabada, el receptor está sometido a una sacudida emocional que puede oscilar desde una inicial respuesta de desconcierto a una predisposición positiva al entender que el artista, para completar el ciclo productivo, puede estar requiriendo la participación del espectador, al que obliga a colaborar y a finalizar un proceso que había quedado interrumpido. Por lo tanto, puede darse la circunstancia de que, al plantearse como un escenario abierto, existan tantos finales, tantas posibilidades, como espectadores participaran en este proceso.
Fortuny, exigente y perfeccionista
Si volvemos a dirigir nuestra mirada a la obra de Fortuny, no podemos obviar la circunstancia de que estamos ante una personalidad artística muy exigente consigo misma. Este ambicioso horizonte de expectativas podría explicar la aparición de estos episodios esporádicos en los que se puede observar la distancia formal que separó, el deseo de la realidad.
Estaríamos, pues, ante la expresión reconocible, aunque fuera percibida de una forma inconsciente, de la insatisfacción o el malestar que provoca la incapacidad para materializar la idea artística, para darle cumplida forma, generando un sentimiento de frustración que, en el caso de algunos de los encargos más comprometidos, también ayudaría a entender un proceso de dilatación en el tiempo. Lo mismo puede decirse de todos aquellos que le planteaban dudas sobre la manera más convincente de resolver los problemas compositivos, o la forma más eficaz, más resolutiva, de abordar el tema.
En cualquier caso, no podemos ignorar cual fue la propia actitud del artista. En muchas ocasiones, se posicionó, sin ningún tipo de ambages, y no dudó en arrinconar, de una forma consciente, y voluntaria, la obra, si llegado el caso, lo consideraba necesario porque no era capaz de alcanzar las expectativas creadas.
En este sentido, conviene recordar el largo proceso de creación, la dilatación en el tiempo, que padecieron algunas de sus producciones más canónicas, aquellas que, paradójicamente, más han contribuido a acrecentar la leyenda del pintor. Sin ir más lejos, podemos mencionar un sinfín de ejemplos que van desde la inacabada Batalla de Tetuán (Museu Nacional d’Art de Catalunya), como un modelo de una obra primeriza, hasta su obra póstuma, Playa de Portici (Meadows Museum), como ejemplo de una obra iniciada unos meses antes de su defunción.
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