Marià Fortuny: la pintura como representación de una cosmovisión

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Francesc Quílez

En este último año, los amantes de la obra del pintor Mariano Fortuny estamos de enhorabuena. Dos exposiciones temporales permiten aproximarnos al talento de uno de los mejores pintores europeos ochocentistas.

Marià Fortuny, Detalle de tapiz de estilo musulmán, hacia 1870-1872

Desde el mes de noviembre de 2016, la muestra Tiempo de ensoñación. Andalucía en el imaginario de Fortuny recorre la geografía peninsular y actualmente se encuentra en Sevilla, después de haber visitado Granada y Zaragoza. Producida por nuestro museo, la Obra Social “la Caixa” y el Patronato de la Alhambra y Generalife, la exposición reúne la práctica totalidad de la producción granadina del artista. Destaca la extraordinaria colección de dibujos, muchos de ellos inéditos, que, de esta etapa de actividad, conserva el Museu Nacional.

Por si no fuera suficiente, la reciente inauguración, en el Museo Nacional del Prado, de una retrospectiva de su obra, constituye una magnífica oportunidad para revisitar muchas de sus composiciones más emblemáticas,. Siguen provocando una respuesta admirativa.

Marià Fortuny, Vaso de estilo musulmán, 1871

De algún modo, en el caso de Fortuny, las circunstancias históricas, el carácter apolillado de un pasado decimonónico, envuelto en un aroma de perfume trasnochado, rodeado de polvorientas pelucas o lujosas y relucientes casacas, a pesar de su implacable carga de anacronismo vetusto y su peligrosa decantación kitsch, lejos de minar la potencia de su seductora poética, constituyen una anécdota o un recurso escenográfico. En otras palabras, la vigencia de su trabajo, a pesar de ese barniz rancio, es indiscutible y su modernidad tampoco admite ningún atisbo de duda. La prueba es que Salvador Dalí siempre leyó la creatividad de Fortuny en clave moderna, llegando a expresar una abierta adhesión a muchos de sus principios estéticos.

Pintor y anticuario, las dos facetas de Mariano Fortuny

Es suficientemente conocida la que podríamos convenir en denominar la vocación anticuaria del pintor. La pulsión, convertida en auténtica pasión por atesorar objetos, marcó profundamente su devenir como hombre y como artista. De hecho, entre las dos facetas se estableció un nexo indisociable y ninguna de ellas puede ser entendida sin tener en cuenta la otra.

Marià Fortuny, Lámpara de estilo musulmán, hacia 1870-1872

Se trasladó a Marruecos para acometer el comprometido encargo de la Diputación de Barcelona, de representar los episodios épicos protagonizados por los voluntarios catalanes que, a partir del año 1859, formaron parte del ejército español que combatió en la guerra de África. Ya desde su primer viaje a tierras africanas Fortuny empezó a mostrar una querencia por la práctica anticuaria. De hecho, en algunas de las realizaciones de la época encontramos el eco de la motivación que despertó en él el contacto con la cultura magrebí. Ello es más acusado en el caso de los dibujos.

A este tiempo pertenecen esbozos, rasguños o, incluso, composiciones más acabadas, dedicados a la representación de objetos calificados de orientalistas: espingardas, lámparas, alfombras, enseres de uso cotidiano y otro tipo de armas cortas como, por ejemplo, puñales.

Marià Fortuny, Espadas, cascos y otros objetos, hacia 1867-1872

Lo más significativo a nuestro juicio fue el hecho de que todo este aparato material, además de satisfacer un deseo acumulativo también produjo un cambio en la forma de orientar su creatividad artística. Y es aquí dónde empezamos a descubrir la relación tan estrecha que se establece entre su temperamento pictórico y su creciente gusto coleccionista. Me estoy refiriendo a la voluntad que reflejará el pintor en sus producciones por pergeñar un entramado intelectual, que ayude a proporcionar mayor credibilidad a las escenas de tipo histórico. En realidad, la inacabada Batalla de Tetuán constituye una primera piedra de toque para incorporar elementos de soporte narrativo que vehiculan la necesidad de ajustarse, de una manera más rigurosa, al principio de verosimilitud.

Marià Fortuny, La batalla de Tetuán, Roma, 1863-1865

A pesar de sus evidentes carencias, empezando por la incapacidad que demuestra el pintor para responder satisfactoriamente a las convenciones de la pintura de historia (mantener ciertos preceptos como el sentido épico y heroico de las acciones, y respetar el carácter ejemplarizante y didáctico del relato, entre otras), esta monumental pintura prefigura un ideario, una cosmovisión, que encierra un profundo conocimiento de las fuentes históricas

Todos estos principios, que sostenían su actividad como pintor, se cristalizaron en una producción muy emblemática, El coleccionista de estampas. En sus tres versiones desplegó todo un aparato erudito que le sirvió para realizar un buen número de citaciones visuales de muchos de los objetos que ya formaban parte de su nutrida colección de antigüedades.

Marià Fortuny, El coleccionista de estampas, Roma, 1866

El paso del tiempo acrecentó la fama de Fortuny como un reputado especialista, un erudito que, a juicio de su amigo, el paisajista Martín Rico, poseía un sexto sentido para distinguir las cosas auténticas de las falsas y para reconocer el valor de aquellas piezas que pasaban por sus manos. En este sentido, la etapa granadina de 1870 a 1872 consolidó su fama.

Al respecto, cabe mencionar logros tan destacados como el Azulejo Fortuny (Instituto Valencia de Don Juan) o el Vaso del Salar (Museo Estatal del Ermitage, San Petersburgo), un jarrón de origen hispano-árabe adjudicado por un alto precio en la subasta del Atelier Fortuny, celebrada en el Hotel Drouot de París, el año 1875.

Marià Fortuny, El taller de Marià Fortuny en Roma, Roma, 1874

La mayoría de las muestras subastadas se reconocen en las fotografías del taller romano, erigiéndose este estudio también como un museo que ayudó a confirmar el mérito de su propietario y a difundir una imagen de gran valor icónico. Esta tipología de gran Atelier, deudora de los modelos franceses, ayudó también a edificar una mitología entorno a una figura cuya prematura muerte, a la edad de 36 años, marcó el rumbo de la pintura española decimonónica. Dejó atrás una alargada estela que fue perseguida por una pléyade de seguidores, muchos de los que, al utilizar en exceso fórmulas repetitivas y estereotipadas, contribuyeron a desdibujar el original talento del mejor artista español del siglo XIX, después de Goya.

Este artículo es una adaptación de La pasión por el objeto, que Francesc Quílez, comisario de la exposición Tiempo de ensoñación. Andalucía en el imaginario de Fortuny, publicó el diario El País el pasado 20 de noviembre.

Enlaces relacionados

Exposición Tiempo de ensoñación de Mariano Fortuny en la Alhambra Vídeo, 0:52

Fortuny (1838-1874) Vídeo, 6:16

La batalla de Tetuan’ de Fortuny. De la trinchera al museo

 

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