A finales del siglo XIX el cartel publicitario alcanzó una notoria popularidad, convirtiéndose en uno de los principales emblemas de la sociedad moderna. Las grandes marcas comerciales apoyaron el desarrollo del cartelismo, conscientes de las posibilidades que, para la difusión del mensaje publicitario, ofrecía un recurso visual tan atractivo. La calle se convirtió en el escenario en el que el público podía contemplar las nuevas producciones artísticas sin necesidad de mantener una actitud de predisposición contemplativa. El azar, el encuentro fugaz e inesperado, el estímulo de la capacidad de sorpresa fueron aspectos que pasaron a formar parte del nuevo paisaje urbano. Con el fin de conseguir llamar la atención del transeúnte, los artistas no dudaron en utilizar un repertorio iconográfico mucho más cercano a la realidad cotidiana, recurriendo a una tipografía llamativa y a una variada gama cromática.
La iconografía del gato
Durante este período, el cartel utilizó con frecuencia la imagen del gato para muchas campañas publicitarias. Considerado uno de los animales domésticos por antonomasia, adquirió un gran protagonismo, ya fuera porque despertaba un sentimiento de simpatía muy generalizado o porque pasó a ser considerado, especialmente el de color negro, un referente de la modernidad artística. En este último supuesto, el gato se erigió en el icono del cabaret parisino Le Chat Noir, fundado por Rodolphe Salis y cuya inauguración, en 1881, representó un hito en la historia de la cultura europea, al convertirse en el lugar de encuentro de la bohemia artística de la época.
En realidad, bajo esta apariencia inocente se escondía el deseo de rendir tributo al escritor norteamericano Edgar Allan Poe, reconocido como uno de los precursores de la modernidad y autor del célebre cuento de terror El gato negro, publicado en 1843 en el periódico Saturday Evening Post de Filadelfia. Conviene recordar que el poeta francés Charles Baudelaire, en su condición de traductor al francés de la obra de Poe, fue uno de los autores que más contribuyeron a su difusión.
Años más tarde, Aristide Bruant, cantante de cabaret, poeta y una de las figuras más populares de la bohemia parisina, entroncaba con toda esta larga tradición cultural y en un breve poema, titulado Le Chat Noir, volvía a reivindicar la vigencia simbólica del gato negro.
En este contexto, es fácil entender la proliferación de imágenes de gatos negros que poblaron los carteles de la época. Para muchos autores su inclusión era una especie de guiño intencionado a uno de los motivos más emblemáticos de la cultura moderna.
La apertura en Barcelona de la taberna de los Quatre Gats (1897), fundada por Pere Romeu, debe entenderse como el resultado del intento de trasladar a la ciudad el ambiente del famoso local parisino.
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