Aleix Roig
Antoni Casanova Estorach fue, a pesar del olvido actual, uno de los artistas catalanes con más éxito en el París del último cuarto del siglo XIX. Su excelencia técnica fue admirada en toda Europa y en los Estados Unidos, y se ganó tanto el reconocimiento de la crítica como el del público. Si bien el tortosino conreó con exitosa solvencia diversos géneros, fue gracias a sus escenas de sátira anticlerical con las cuales alcanzó los niveles más altos de triunfo. Más allá de su inapelable destreza, en este tipo de producciones se esconde bajo un velo afable el testimonio artístico de uno de los pintores más ácidos e irreverentes de su tiempo.
Orígenes y formación
Nacido en el año 1847, los orígenes del creador fueron bien humildes. Asimismo, la precariedad vivida desde su más tierna infancia en Tortosa, y posteriormente en Barcelona, le dio el empujón necesario para aferrarse a su talento natural como única vía de progreso socioeconómico. Casanova dio sus primeros pasos como aprendiz bajo la tutela del dibujante y escenógrafo barcelonés Josep Planella i Coromina. En el año 1860 el joven estudiante devino alumno de la Real Academia Catalana de Bellas Artes de Sant Jordi, compaginando en un primer momento el aprendizaje oficial con las lecciones de su primer maestro. Los excelentes resultados no tardarían en llegar y llamaron la atención del director de la institución, Claudi Lorenzale i Sugrañes, quien le ayudó con sus propios recursos.
A partir del 1864 el tortosino continuó su formación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y tuvo la oportunidad de copiar las piezas universales presentes en el Museo del Prado en diversas ocasiones. Un cuaderno del año 1870 conservado hasta nuestros tiempos es testigo del grácil uso de la pluma en el momento de imitar la genialidad de las grandes telas del pasado.
Poco después, el pintor volvió a Barcelona por un breve periodo de un año. Asimismo, con el lienzo La Redención de los Cautivos (RACBA), el ebrenco ganó la pensión otorgada por la Diputación de Barcelona con el objetivo de finalizar su etapa formativa en Roma.
La huella de Roma en su producción se plasmó en todo un seguido de creaciones de diferente talante. Por un lado, el pintor mantuvo su compromiso de aprendizaje, el cual se materializó, por ejemplo, en el envío del trabajo El rey don Fernando de Antequera que, enfermo en Igualada, es asistido por Fivaller a la Diputación de Barcelona. Además, en una línea estilística similar a la seguida por muchos de sus compañeros de la colonia romana, el artista efectuó diversas acuarelas costumbristas. Estas composiciones, ambientadas principalmente en el ámbito rural, devienen modelos de estudio de un tipismo veraz y luminoso. Por último, en la que sería su primera gran incursión dentro del mercado el tortosino siguió el camino de su admirado amigo Fortuny, realizando escenas de género de pequeño formato a menudo ambientadas en el siglo anterior. Casanova escogió reiteradamente escenas festivas y sensuales, y fue capaz de crear con su virtuosismo ricas imágenes llenas de bonitos protagonistas envueltos en lujosas vestimentas y suntuosos complementos. Estos últimos son representados con un detallismo excelente que nos transporta a un universo placiente deudor de la estética propia del rococó.
Coincidiendo con la estancia del pintor en Roma se produjo un hecho que trastornó el panorama artístico del momento: la prematura muerte de Marià Fortuny en el mayo del 1874. Antoni Casanova Estorach fue testimonio del duro desfallecimiento y del trágico desenlace, manteniendo la sangre fría necesaria para relatar los macabros detalles del fatídico deceso al maestro Claudi Lorenzale, con un poder de descripción tan verosímil y minucioso como sus pinturas.
Si bien este desafortunado final fue un terrible golpe para el grupo de artistas formado alrededor del reusenco, también significó la creación de un gran vacío comercial a llenar para estos. No obstante, en paralelo a esta muerte ya hacía años que se venía anunciando el fin del predominio romano en el panorama artístico internacional, consolidándose definitivamente la hegemonía en un nuevo epicentro, París.
En el año 1875 Antonio Casanova Estorach se trasladó a la capital francesa, donde vivió durante el resto de su vida.
Sátira anticlerical
Los éxitos no tardaron en llegar y muy pronto sus obras de género disfrutaron de una gran aceptación. Sin embargo, los triunfos más relevantes los logró a partir de un cambio de rumbo progresivo que lo llevó a especializarse en la sátira anticlerical, siendo esta tipología temática el elemento más icónico de su producción. Esta visión cómica y mordaz presenta a los eclesiásticos disfrutando de su posición privilegiada, desde la inocente glotonería del bon vivant, hasta el consumo de alcohol y estupefacientes, pasando por escenas llenas de malentendidos y tonterías con una alta dosis de humor y picardía.
Conviene resaltar que la elección de Casanova Estorach hacia la sátira anticlerical no fue casual, ya que respondía al contexto que se encontró en París. El anticlericalismo había estado presente en la sociedad durante todo el siglo xix a partir de los episodios sufridos durante la Revolución Francesa.
Volviendo a la trayectoria profesional del tortosino, no podemos obviar su peso dentro del mercado norteamericano, siendo juntamente con Romà Ribera o el propio Marià Fortuny uno de los creadores catalanes de su tiempo con mayor volumen de obra exportada a Estados Unidos. Los registros de marchantes como la firma Knoedler & Co. revelan una excelente recepción de las producciones del artista en el otro lado del océano, en especial de algunas de las más cáusticas con el clero.
Certámenes y reconocimientos
Casanova Estorach logró una serie de éxitos notables, entre los que se encuentran la medalla de segunda clase al mérito obtenida por el desaparecido óleo Últimos Momentos de Felipe II en Madrid en 1884 o la medalla de segunda clase conseguida gracias al elogiado lienzo San Fernando Rey de España en la misma ciudad en 1887. Hay que subrayar, sin embargo, el reconocimiento ganado en la Exposición Universal de París de 1889 con la pintura Entrada de Carlos V en el monasterio de Yuste, la cual fue premiada con una medalla de bronce, que podemos encontrarhoy en las colecciones del Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Las críticas siempre destacaron su gran capacidad para el retrato. El grueso de creaciones hechas a lo largo de su vida, ya sean grandes telas de historia o pequeñas producciones de género, se convierte en un amplio catálogo de expresiones. Podemos afirmar que en él se encuentra uno de los artistas catalanes más solventes a la hora de mostrar las diferentes manifestaciones faciales. De lo contrario, su seguridad le permitía plantearse y resolver con éxito complicados escorzos, manteniendo siempre una actitud proactiva que nunca rehuía los problemas pictóricos. Además, buena parte del talento del artista recaía en una excelente capacidad para el dibujo: pulcro y detallista, pero a la vez vivaz y elocuente, virtudes gracias a las cuales pudo alejarse del amaneramiento. Debemos pues, reivindicar también su producción gráfica de manera independiente, encontrando en esta un amplio abanico tipológico entre plumas, aguafuertes, calcos, estudios preparatorios…
La pulsión artística de Antoni Casanova Estorach le llevó a sobresalir profesionalmente, dejando para la posteridad obras maravillosas tanto en el gesto como en la ejecución.
Desgraciadamente, su propia autodisciplina y la fervorosa creencia en la necesidad de acceder al Olimpo artístico sin importar el costo a pagar le aislaron a nivel personal, siendo su círculo de amistades tanto selecto como reducido. La vida del ebrenco solo se entendía a partir del arte y el empeño por el triunfo profesional, siendo casi incapaz de disfrutar de los placeres de la Ciudad de la Luz por su carácter arisco, tímido y depresivo. Esta problemática se agravó justo cuando el artista se encontraba en el punto más álgido de su carrera al ser víctima de un sustancioso robo que le llevó a descender hacia un infierno de melancolía y desesperación del que no fue capaz de salir.
Contrariamente al gozo de los monjes que tan ávidamente había representado a lo largo de su vida, el pintor era, mucho antes incluso de este hurto, un hombre intratable y obsesivo capaz de cerrarse insalubremente en su taller durante semanas enteras con una única cosa en mente: su arte. El grave crimen supuso un golpe fatal, no tanto por la cantidad económica sino por el pesar que se instaló en la ya de por sí inestable alma del artista, el cual murió en la oscuridad de su estudio el 22 de diciembre de 1896. A pesar de las dificultades para experimentar a lo largo de su vida la alegría en toda su plenitud, el pintor supo representarla magistralmente gracias a su talento, siendo esta la cruel paradoja que define tanto su figura como su arte.
De aquel diestro artista tortosino que conquistó París nos queda el legado de su pincel, tanto virtuoso como irreverente.