130 aniversario de la llegada de Torres-García a Barcelona (1892-2022): Torres-García en las colecciones del Museu Nacional/1

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Eduard Vallès

Este año que apenas empezamos se cumplen exactamente 130 de la llegada del artista Joaquín Torres-García (Montevideo, 1874-1949) a Barcelona. La efeméride nos sirve como pretexto para poner el foco en uno de los artistas más internacionales que han trabajado —y también se han formado— en Cataluña. Por este motivo trataremos su figura y obra, localizada en dos instituciones muy concretas: el Museu Nacional d’Art de Catalunya (en este artículo y el siguiente) y el Institut d’Estudis Catalans, próximamente en el blog del museo.

Este primer texto incide en la presencia del artista en las colecciones del Museu Nacional, planteado desde un recorrido cronológico por el simple motivo de establecer un cierto correlato biográfico a partir de las obras.

Obras de Joaquim Torres-García en la sala 70 de Arte Moderno del Museu Nacional. ©Marta Mèrida. Museu Nacional d’Art de Catalunya

Torres-García llegó a Barcelona en 1892, solo tres años antes que lo hiciera Picasso (1895), y junto a Julio González los tres jóvenes se formaron como artistas y dieron sus primeros pasos en aquella Barcelona del cambio de siglo. Tres artistas que con el tiempo se convirtieron en referentes de la vanguardia internacional, cada uno desde sus respectivos registros.

La vinculación de Torres-García con Cataluña fue muy profunda: no solo su padre era catalán (de Mataró) y se casó con una catalana (Manolita Piña), sino que la mitad de su carrera artística se desarrolló en Cataluña. De hecho, llegó concretamente a Mataró en 1891, a bordo del barco Giava, después de hacer escala en el puerto italiano de Génova procedente de su Uruguay natal. Tenía solo diecisiete años y tras un primer año en Mataró se instaló en Barcelona, donde residió –salvo estancias puntuales fuera– hasta 1920, cuando se fue a vivir a Nueva York.


Los inicios: eclecticismo y modernismo

Por el momento, la colección del Museo Nacional cuenta con un total de trece obras de este artista: diez pinturas, dos dibujos y una tabla, con orígenes muy diversos y algunas de ellas en depósito. La obra más antigua de la colección es un dibujo de hacia 1900 que representa a una señora bien ataviada tomando el aperitivo en una terraza, que nos remite a los heterodoxos inicios del artista, cuando se empapó de los efluvios modernistas de la época. Este primer Torres-García desarrolla una producción básicamente de pequeño formato en la que combina retratos y paisajes dentro de un cierto costumbrismo, con protagonismo del arabesco y el coup-de-fuet en algunos de sus dibujos. En no pocas obras de aquel proto-Torres-García se percibe la influencia del Ramon Casas dibujante, de ese momento fecha Señora 1900, del Gabinete de Dibujos y Grabados del Museu Nacional procedente del Legado Rossend Partagàs (1945).

Joaquim Torres-García. Señora 1900. Hacia 1900. Gouache sobre papel. 34,8 x 13,4 cm.

El joven artista pasa por las clases de Llotja y más tarde participa como ilustrador en periódicos y revistas de signos distintos firmando muchos de sus trabajos como Quim Torras. En aquellos años está fechado el fabuloso retrato que le hizo el propio Ramon Casas, al carboncillo, que también forma parte de las colecciones del Museu Nacional gracias a la generosidad de Casas, que lo donó en 1909.

Ramon Casas. Retrato de Joaquim Torres-García. Hacia 1901. Carboncillo sobre papel. 64x30cm.

También hacia 1900 pintó un retrato al óleo de su amigo Josep Pijoan. Vemos a un joven Pijoan tocado con sombrero en una pintura esbozada, aparentemente inacabada, que ha quedado como testigo de su amistad. Esta obra entró en las colecciones del museo en 1936 por donación de Josep Pijoan Soteras.

Joaquim Torres-García. Retrato de Josep Pijoan. Hacia 1900. Óleo sobre lienzo. 50x43cm.

En realidad, Torres-García no se sentía cómodo con las propuestas artísticas de su entorno, ni con la estética modernista ni con las veleidades impresionistas de muchos de sus compañeros de Llotja, que se lanzaron a pintar en el extrarradio de Barcelona, tal como escribe en su libro –redactado en tercera persona– Historia de mi vida: “los suburbios de la ciudad, a pintar imitando a los pintores de vanguardia de entonces”. Y acto seguido cita a algunos artistas con quien trató: Joaquim Sunyer, Joaquim Mir, Isidre Nonell y Ricard Canals. De hecho, estaba asistiendo, como testigo de excepción, a los inicios de lo que la historiografía conoce actualmente como la Colla del Safrà o la Colla de Sant Martí. En aquella época él mismo también cultivaría el paisaje, pero con algunas excepciones, serían básicamente notas, muy a menudo urbanas, muy alejadas de la estética de aquel grupo de artistas. De nuevo en Historia de mi vida, Torres explica su distanciamiento de las propuestas modernistas a la vez que anuncia su inclinación hacia el mundo clásico, con un referente indiscutible, el artista Pierre Puvis de Chavannes: “[Torres-García] se puso en hacer algo como carteles de anuncio. Steinlen, Lautrec, fueron sus maestros. Pero no era aún eso, ¡qué iba a ser! Debía buscar un tono más alto, y lo encontró de momento en Puvis de Chavannes […]. Poco a poco fue dejando el decorativismo, ese de cartel de anuncio, para buscar formas más nobles, líneas más serenas, ritmos más graves.”


El giro neoclásico: la Arcadia mediterránea
Este giro toma forma hacia 1901 y tiene como hito en el orden de la proyección pública el artículo monográfico que le dedica aquel año la revista Pèl i Ploma, firmado por Miquel Utrillo (Pèl i Ploma, julio de 1901, núm. 78). Aquel número iba ilustrado en la cubierta con una composición de Torres-García, La fuente de la juventud, claramente inspirada en Puvis, y en las páginas interiores se reproducían nada menos que ocho pinturas suyas. Precisamente una de estas pinturas, Anochecer –integrada en la colección Plandiura, que las Administraciones adquirieron en 1932– forma parte en la actualidad de las colecciones del Museu Nacional. Una visión nocturna de pequeño formato representa el jardín de una quinta probablemente barcelonesa, uno de los escenarios recurrentes de las composiciones del primer Torres-García.

Joaquim Torres-García. Anochecer. Hacia 1901. Óleo sobre lienzo. 28x40cm.

La influencia de Puvis tendrá un impacto doble en el artista: en primer lugar, la incorporación de iconografía de un mundo mediterráneo sublimado, con el mar, fuentes, cipreses, olivos y templetes, todo un universo creativo que se inserta de lleno en el movimiento que más adelante conoceremos como Noucentisme. En segundo lugar, la impronta de Puvis también se hace explícita en su interés por la pintura al fresco, que dará importantes frutos durante los años siguientes. Una de las piezas más emblemáticas del Museu Nacional es Templo a las ninfas, obra del Legado Júlia Corominas (2011). Se trata de una composición que replica algunos de los elementos iconográficos citados de la obra de Puvis, así como una similar gama cromática, con cierto predominio de los colores pastelEn esta pintura destaca el templete del fondo, varios personajes caminando alineados con largas túnicas y una pareja hablando. Los cipreses y los cisnes acaban de dar un sentido armónico y placentero a una composición enmarcada por los cromatismos azulados del agua y los celajes.

Joaquim Torres-García. Templo a las ninfas. Hacia 1901-1911. Óleo sobre lienzo. 58x91cm.

Las colecciones del Museu Nacional cuentan con varias piezas que siguen esta estética, con una iconografía casi siempre dominada por la imagen de la mujer. Las obras Frutos maduros Naranjos junto al mar presentan a dos figuras femeninas desnudas de cintura hacia arriba situadas en una especie de Arcadia de ecos claramente mediterráneos. Al fin y al cabo, las uvas en una y las naranjas en la otra son sus protagonistas. Ambas pinturas proceden también de la célebre colección Plandiura adquirida en 1932.

Joaquim Torres-García. Frutos maduros. Hacia 1905. 38x50cm. / Naranjos junto al mar. Hacia 1911. 40×50,5cm.

Una tercera pintura, Mujeres de pueblo, se inserta en una línea paralela a la mítica que consistía en inmortalizar escenas de corte más bien doméstico: conversaciones callejeras, imágenes de plazas de pueblos, campesinos en pleno trabajo, etc. Mujeres de pueblo, adquirida por el museo en 1998, integra este conjunto de obras con escenas que muestran una visión quizás menos sublimada —en este caso, los personajes femeninos completamente vestidos— pero, insistimos, con inequívocas concomitancias con las producciones de concepción más arcádica.

Joaquim Torres-García. Mujeres de pueblo. 1911. Óleo sobre lienzo. 75,5×100,2cm.

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