Los museos se encuentran, en pleno siglo XXI, en un escenario definitivamente nuevo que les exige un cambio profundo en sus maneras de actuar y relacionarse con la sociedad. Han superado sin duda el modelo basado en su concepción decimonónica que los definía como depositarios de un patrimonio a catalogar, custodiar y exhibir.
En un entorno global que se ha transformado enormemente y a gran velocidad en los últimos años –y que seguirá haciéndolo–, los museos se encuentran ante un reto y una oportunidad excepcionales. Exigidos a incrementar su capacidad de generar recursos propios y a tener la mayor asistencia de visitantes posible, estos centros tienen que competir con todo tipo de actividades y eventos que nada tienen que ver con su naturaleza ni con su misión. En este contexto, hoy más que nunca, los museos deben ser espacios de conocimiento y debate, abiertos a la participación y al diálogo, y orientados a generar pensamiento crítico. Los museos son siempre sus actividades y sus colecciones, y deben ser un lugar único e irrepetible que acentúe y ponga en valor aquello que los distingue de los demás. Deben ser lugares que nos hablen de sí mismos y nos den, a la vez, una visión del mundo única.
Y precisamente desde estas premisas los museos deben conseguir la mayor centralidad y legitimidad posibles, siendo capaces de influir en la sociedad manteniéndose siempre fieles a su misión: ser espacios vivos, creadores de lenguajes y mundos nuevos, transgresores y arriesgados en sus planteamientos.
Los museos deberán ser capaces de poner en valor y gestionar mejor la totalidad de sus colecciones, y trabajar en un concepto mucho más dinámico y abierto del patrimonio, para hacerlo lo más accesible posible, indistintamente de quién sea su propietario.
Deberán introducir la complejidad en todos sus proyectos y programas, asumiendo definitivamente que no hay una, sino infinitas historias, audiencias y relatos posibles. Deberán, también, trabajar más aún en red, con nuevos socios en África, Asia, la India u Oriente Medio, que se añadirán a los ya conocidos en Europa o América.
Deberán invertir mucho más en sus propios equipos, que tendrán que ser más multidisciplinares, profesionalizados y capaces, y estar más y mejor integrados en el proyecto y la misión de la institución.
Deberán asumir que son ya grandes productores de ideas y contenidos, de plataformas de discusión, y que todo ello estará online, colgado en la red, en una comunicación de todos con todos que transformará de manera revolucionaria la relación con sus audiencias.
En definitiva, deberán llevar a cabo una revolución en la mayoría de los planteamientos y esquemas que conocemos actualmente, para no ser demasiado estáticos, uniformes, parecidos unos a otros, aislados y rígidos, basados en fórmulas y modelos repetidos o imitativos, sin haberse planteado las preguntas adecuadas.
Para mayor dificultad, todo lo mencionado tendrán que hacerlo en un escenario que, a corto y medio plazo como mínimo, será de gran escasez de recursos. Será, pues, clave buscar el equilibrio entre la obtención de esos medios y el mantener los objetivos artísticos y culturales en primer lugar. En este sentido, la crisis es también una oportunidad, ya que obliga a definirse claramente y distinguir lo esencial de lo accesorio, y a tener más y mejores ideas, y un mayor entusiasmo para transmitirlas.
Desde el Museu Nacional d’Art de Catalunya es lo que nos proponemos y para ello destinaremos todas nuestras mejores capacidades, recursos y esfuerzos.
Enllaços relacionats:
Estrategia 2017
Entrevista a “Els Matins” de Catalunya Ràdio
Director del Museu Nacional