Àlex Mitrani
Cambiarlo todo
“Todo un mundo se descompone”, rezaba un destacado de un artículo del 18 de diciembre de 1968 en Tele-Express titulado “Hippies y beatniks en la Plaza Real”, acompañado de un segundo artículo, “El ‘underground’ cultura de subversión”. Tres términos anglosajones servían para etiquetar un fenómeno sociológico: la aparición de grupos juveniles de comportamiento extravagante que, a ojos de las mentalidades conservadoras de la época, parecían subvertir gravemente el orden natural o tradicional de las cosas. A pesar de la condescendencia, algunos temían que las maneras de comportarse y de pensar de estos jóvenes supusieran una transgresión que pusiera en peligro la civilización, que señalase el fin del mundo tal y como se conocía. Y quizá tenían razón.
Los beatniks venían de los Estados Unidos de los años cincuenta, y su rebelión era política y sexual, de cariz trágico. Los hippies dominarían la segunda mitad de los sesenta, con su aspiración romántica a la libertad, la paz y el reencuentro con la naturaleza. El término underground se usaría especialmente en la década siguiente, en los setenta, para caracterizar la radicalidad clandestina de la contra-cultura. En el artículo se recogían las siguientes declaraciones de los “melenudos” que ocupaban las plazas del casco antiguo de Barcelona:
- No creemos en las realidades de este siglo XX.
- Ni en los vuelos espaciales, porque aún no hemos aprendido a andar sobre la tierra – exclama el de la barba rubia.
- Ni en las guerras y sí en el amor.
- Ni en el socialismo.
- Ni en el capitalismo.
- Ni en los tiranos, dictadores y déspotas.
- Ni en el valor del dinero.
Ha sido como la enumeración del “credo” de la generación beat. La generación. La protesta. Y, por eso mismo, la explicación a su condición de marginados.
Estos marginados serán los protagonistas (o el síntoma, según como se mire) de unos profundos cambios en las mentalidades de la sociedad occidental. Obviamente, las posiciones intelectuales e ideológicas tenían muchos más matices dependiendo de si el entorno era musical, académico, político o artístico. Los años finales de la década de los sesenta del siglo XX fueron los de la banalidad y la revolución, los de los sueños y la represión, los de la frivolidad y los de la revuelta. El arte no solo lo reflejó, sino que fue un agente y, si se quiere, un sitio de cambio.
El arte estalla
Curiosamente estos años, caracterizados por su intensidad cultural, social y política, no han sido demasiado estudiados desde el punto de vista del arte. Si alguna cosa caracteriza este tiempo en el que todo se ponía en duda y todo se quería reinventar es la gran diversidad de propuestas y expresiones. Convivieron formas de arte derivadas de la tradición moderna, como la pintura, con la aparición de nuevos medios ligados a nuevas tecnologías como el vídeo, o con la expansión del arte hacia la desmaterialización y, más allá, su definición ligada a ideas y comportamientos.
A menudo estas opciones tan diversas se han analizado de manera independiente. Para simplificar: se han hecho exposiciones sobre el Pop-art o sobre la aparición del nuevo paradigma del arte conceptual. Pero pocas veces ambos se han mostrado de una manera conjunta, destacando las diferencias en la naturaleza, pero también las similitudes en espíritu y contexto generado por la época. Aquel es también un momento en el que se rompen las fronteras entre la alta cultura y la cultura de masas, ligada a la sociedad de la imagen mediática. Esto nos obliga a incluir un tercer elemento, la influencia de la cultura popular juvenil o, directamente, su papel creativo en un objetivo común: cambiar el mundo.
Para responder a esta complejidad, a esta diversidad interconectada, hemos recurrido a un doble comisariado. La aportación de Imma Prieto, especialista destacada en formas históricas del videoarte y del cine experimental —y responsable de la recuperación de la primera obra de videoarte del Estado Español, “Primera muerte”, de Galí, Gubern, Jové y Llena, ha sido decisiva y fundamental. Así, la exposición pone en relación las diferentes formas de vanguardia que coincidieron en este momento clave: el pop, la nueva figuración o la psicodelia, el arte pobre o la performance. Se trata de un momento de replanteamiento ético y estético que se concretó en un estallido creativo. El arte se fusiona con el cómic, la publicidad, el diseño o la música. Aparece un nuevo cine experimental que convive con los inicios del videoarte. Se formulan lenguajes nuevos y el arte se fusiona con la vida.
Optimismo contra todo
En el proceso de preparación de la exposición, en noviembre de 2017, acogimos en el Museu Nacional una mesa redonda con algunos de los artistas que protagonizaron la época, en un simposio organizado por la Universitat Pompeu Fabra (Els anys teòrics, 1962-1979, Editorial Angle, 2018). Jordi Galí, uno de los artistas que redescubren Liberxina, afirmaba:
“La música era lo que corría por mis venas, fue un condicionante en mi pintura. Los sesenta coincidieron con la época de la Beat generation en Nueva York, yo hacía lo que fuera por comprar discos en el ESP DISK mediante el correo postal, cosa complicadísima en la España de aquella época. (…) Su catálogo incluía discos hablados de Allen Ginsberg, William Burroughs, Tuli Kupferberg y Timoty leary, este último gran defensor del ácido lisérgico…, y todo esto llegaba en pleno franquismo. ¡Fue uno de los máximos placeres para mí!
La música como huida y liberación, el deseo de conocer y conectar con los grandes focos de la cultura internacional moderna —el París revolucionario, el Londres de la moda y la música, la Nueva York de La Factory de Warhol y la California de los hippies—, pero también la necesidad de rebelarse contra la miseria política del franquismo, inspiraron, de una manera u otra, a los artistas jóvenes que vemos en la exposición. Descubrir una nueva sexualidad, romper con la concepción tradicional de familia, rechazar las perversiones del poder político, liberarse a través de la indignación y del disfrute, de la alegría, pero también de la inteligencia, son los vectores que impulsaron los anhelos de una generación. La riqueza impactante de las obras que dejaron las hace, hoy, bastante atractivas para una sensibilidad contemporánea. Pero lo que las hace más interesantes es que, a pesar de que haya pasado medio siglo, los problemas que suscitan pueden parecer, aún hoy, vigentes, pertinentes.
Una exposición de redescubrimientos
El proceso de trabajo para la realización de la exposición LIBERXINA, Pop y nuevos comportamientos artísticos, 1966-1971 ha sido apasionante. El intercambio de conocimientos y el debate con una especialista como Imma Prieto, con una visión bastante innovadora de nuestra historia reciente, ha sido fundamental en la riqueza del resultado final. Hay que tener en cuenta que es bastante novedoso para un museo como el Museu Nacional, habituado a formatos, técnicas y lenguajes más tradicionales, el tener que ligar videoarte, cine, objeto contemporáneo y toda la variedad creativa que Liberxina refleja.
Estamos frente a un tipo de obras que plantean nuevos retos para los museos debido a su fragilidad o a su carácter efímero. A veces se trata de documentos o registros de acciones. Otras, son obras que piden una interacción participativa del espectador o que vienen de una apropiación de la realidad (a través de objetos o espejos).
Y hemos querido, además, reflejar un ambiente, una época, algo que va más allá de las piezas concretas. La reproducción (en el sentido no de copia sino de nueva producción) de la Intervención a la petite galerie de Lleida, de Antoni Llena, sería un claro ejemplo. Llena vino durante el montaje de la exposición para dibujar la sombra de unos objetos que solo él vio (pidió privacidad y no permitió fotografías). La obra resultante es un dibujo que hacía falta proteger por su delicada discreción, por la manera de fusionarse y desaparecer, sin marco ni presencia física. Una obra ausente, el rastro de una nada o casi nada, que tenía que ser tratada como cualquier otro objeto artístico de un gran museo, planteando muchas preguntas sobre la condición de obra de arte y el papel del museo.
Liberxina permite hacer un redescubrimiento de artistas que, a pesar de que en algunos casos tuvieron un impacto importante entre la crítica y la comunidad artística, como Jordi Galí, han desaparecido, con los años, de la primera línea, o que en algunos casos derivaron su actividad hacia otras actividades como el diseño o la militancia feminista. Un número notable de obras de esta exposición ingresarán en las colecciones del museo de Posguerra y segunda vanguardia (Jordi Galí, Mari Chordà, Guillem Ramos-Poquí, Ernesto Carratalà y Enric Sió, entre otros). Así, el Museu Nacional d’Art de Catalunya entra en una época que es historia (patrimonio), pero a la vez es contemporaneidad, entra dentro de la dinámica estable y excitante del presente.
Enlaces relacionados
Dossier de prensa de la exposición LIBERXINA (pdf, 8.2 Mb)
Art modern i contemporani