Joan Yeguas
El montaje de una exposición es una cosa compleja, porque intervienen en él diferentes personas que trabajan con un objetivo común. En esta, Incólume. Bodegones del Siglo de Oro, he hecho de comisario, una pieza más del equipo que conforma el engranaje. No quiero tratar aquí cuáles son las funciones de un comisario, porque tendría suficiente material para una tesis doctoral, y porque no todas las exposiciones dependen de los mismos factores. En cualquier caso, os puedo ofrecer mi experiencia en el trasmuseo.
Habitualmente, el comisario busca, escoge y descarta las obras de arte que tienen que integrar el catálogo de la muestra. En esta ocasión, la selección no ha existido porque se trataba de exhibir un conjunto que ya venía determinado. En concreto, son diecinueve pinturas que un coleccionista anónimo ha dejado en depósito en el museo por un período de cinco años. La singularidad es que todas las obras son de una temática conocida como “bodegón”, y realizadas por artistas españoles entre los años 1615 y 1670.
Investigación documental
Acotadas, así pues, las obras a estudiar, las agrupamos en quince fichas, trece obras individuales y dos grupos. Iniciamos luego un proceso de investigación de historia del arte, un trabajo que los conservadores acostumbran a realizar. Para llevarlo a cabo, conté con la inestimable ayuda de Francesc Quílez, conservador del museo. Esta labor consiste en buscar bibliografía, libros y artículos, que directa e indirectamente afecten a las pinturas, con el objetivo de contextualizar el fenómeno artístico, es decir, lo que se denomina realizar un estado de la cuestión del tema. Bibliografía directa, la que trata sobre las obras en cuestión, había muy poca, pero era necesario conocerla. Y la bibliografía indirecta sería la relacionada con la pintura española del siglo XVII, en concreto la especializada en bodegones y floreros. También sería útil disponer de otra información sobre las obras –contrato o pagos, localización original, promotor, entre otros–, pero eso resulta casi imposible en pinturas que aparecen sin historial en el mercado del arte.
Análisis de las obras
Cuando llegaron las pinturas al museo empezó otra fase, la de obtención de datos a través de instrumentos: rayos X, reflectografía infrarroja, visión microscópica de los pigmentos, etc. Esta tarea de examen y análisis, llevada a cabo por el equipo de restauración, permitió extraer una serie de indicios imprescindibles sobre los soportes y las técnicas pictóricas, así como poder advertir el sufrimiento de estas obras a lo largo de la historia, lo que es frecuente cuando su origen es el comercio del arte.
Más allá de este bagaje, ciertamente limitado en el momento de buscar autorías, el historiador del arte siempre puede recurrir a una técnica tradicional y fundamental, que hoy en día aún sustenta gran parte de las atribuciones existentes en todo el mundo, y que ha hecho avanzar a la historiografía de forma indudable: la observación y el análisis de la obra de arte a través del ojo, siempre que el ojo esté estrenado y ejerza un papel de comprensión estilística.
Autorías y atribuciones
Se tenían que redactar las fichas del catálogo que hemos publicado, y que ha servido de base para las cartelas que el público lee en la sala de exposiciones. Algunas de estas fichas han sido más fáciles, porque partíamos de obras conocidas con bibliografía que las refrendaba. Ese es el caso de tres pinturas de Juan van der Hamen, Antonio Ponce, el Maestro de Stirling-Maxwell, Juan de Espinosa, el Tomás Hiepes individual y el grupal.
El resto de los bodegones eran completamente inéditos. Algunos estaban firmados y respondían al estilo del pintor en cuestión: el grupo de jarrones de Pedro de Camprobín o el Juan de Arellano. Para los otros cinco se ha propuesto una autoría, pero no había bibliografía previa, no tienen firma, ni ningún otro dato que nos pudiera servir, por lo tanto, se ha usado la comparativa estilística: el Juan van der Hamen con cesto, el Agustín Logón, el Maestro de la Vanitas escrita, el plato de higos de Pedro de Camprobín y el que hemos circunscrito al círculo de Francisco de Zurbarán.
Podríamos decir que he sido el responsable de los contenidos. Pero una exposición se debe mostrar de manera adecuada al público y se tiene que difundir. Detrás está el trabajo de diferentes áreas y departamentos del museo: restauración y conservación preventiva, gestión de exposiciones, movimiento de obras de arte y museografía, publicaciones, comunicación, medios digitales, prensa y otros que me dejo para no alargarme más, así como el de colaboradores externos, como por ejemplo el diseñador gráfico, los traductores, etc. A partir de la inauguración, se pone a prueba ese trabajo conjunto. El público tiene la palabra.
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