Ricard Bru
En verano de 2018, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid organizó, junto con la Fundación Japón, una exposición dedicada a los seres sobrenaturales japoneses conocidos como yōkai. Titulada Yōkai: iconografía de lo fantástico, la muestra permitió presentar, por primera vez en España, piezas seleccionadas de la gran colección que, recientemente, Yumoto Koichi ha dado a la ciudad de Miyoshi. Fue con ocasión de esta exposición que los organizadores me pidieron dictar una conferencia sobre el impacto del imaginario fantástico japonés en el arte occidental de 1900, y fue entonces cuando, hecha una primera prospección, empezaron a aparecer, en las colecciones del Museu Nacional, ejemplos y más ejemplos de una vertiente peculiar y poco conocida de la atracción por la cultura japonesa. Un aspecto del japonismo que, aun así, puede resultar fascinante.
Desde el año 2014, las salas de arte moderno del Museu Nacional incluyen un espacio específico dedicado al japonismo en el cual, de forma sintética, se presentan algunos ejemplos representativos de cómo, siguiendo una tendencia compartida en toda Europa y Estados Unidos, el descubrimiento del arte japonés se convirtió en un motor transformador de las artes en Cataluña y un revulsivo para la modernización de unas prácticas artísticas necesitadas de aire fresco. La pareja de óleos Antes del baile y Después del baile de Francesc Masriera o el cuadro Mujer de perfil con quimono de Eduardo Chicarro, forman parte de la selección de piezas del museo generalmente asociadas al japonismo.
Aun así, el impacto del arte japonés en Cataluña, como en el resto de Occidente, trascendió desde un primer momento el campo de las bellas artes y se extendió a toda la sociedad. El japonismo impregnó de distintas formas, a menudo de forma velada, la cotidianidad de la población del final de siglo y lo llevó a cabo mediante una gran variedad de de industrias artísticas, desde los talleres de cerámica y cristaleras, hasta los mueblistas y las empresas textiles. Las colecciones del museo así lo ponen de manifiesto. De hecho, el japonismo llegó también hasta el mundo de la fotografía, la música, el teatro, la literatura y la poesía. Así, en Cataluña, el arte japonés acabó convirtiéndose en una fuente de inspiración muy fecunda y un modelo que fue más allá de la copia de guerreros, grullas y cerezos para extenderse hasta el imaginario más grotesco y sorprendiendo de la tradición fantástica de Japón.
La llegada de los yōkai al museo
A partir de la década de 1850, después de que Japón se viera forzada a abrir sus puertos, el acceso de los occidentales al archipiélago permitió que muchos aspectos de su arte y de su cultura fueran revelados. Son distintos los testimonios de diplomáticos, viajeros y comerciantes que en pocos años empezaron a describir y a adquirir escenas artísticas sobrenaturales; “dibujos espantosos, fantásticos y diabólicos”, escribía en 1863 Aimé Humbert. Rápidamente empezó a llegar a Europa un volumen ingente de imágenes fantásticas, ya fueran escondidas entre las páginas de libros ilustrados y a modo de estampas sueltas o bien en objetos artísticos. Tanto es así que en 1868 Ernest Chesneau no dudaba en destacar las imágenes grotescas como idiosincrásicas, también, de la tradición artística del país: “todas las deformidades de la especie humana aparecen de forma sucesiva, y a las deformidades reales se les agrega un número infinito de deformidades imaginarias”. No es de extrañar, pues, que con el establecimiento del gobierno Meiji, el entusiasmo creciente por las artes de Japón permitiera que, con la difusión amplia del arte japonés, muchas de estas obras acabaran en manos de artistas y coleccionistas como Edmond de Goncourt, Vincent van Gogh, Claude Monet y Charles Haviland. Estos, y muchos otros, son ejemplo del fácil acceso que desde Europa se tuvo a las iconografías fantásticas surgidas del célebre rollo ilustrado Hyakki yagyō emaki y de centenares de imágenes creadas durante los siglos XVIII y XIX por artistas como Katsushika Hokusai y Kawanabe Kyōsai.
Cualquier visitante del Museu Nacional que quiera comprobar la existencia de este japonismo fantástico solo tienes que dar un vistazo a alguno de los libros y revistas de la biblioteca, especialmente aquellos procedentes de la antigua biblioteca de la Junta de Museus y los de colecciones históricas como la de Alexandre de Riquer. Así, las imágenes de me-hitotsu-bō (seres de un solo ojo), rokuro-kubi (seres de cuello extensible y giratorio) o de Ōkubi (seres de ningún monumental), así como otros monstruos y fantasmas de leyendas y tradiciones de Japón, aparecen entre las páginas de volúmenes como los de L’art japonais (1883), Ornements du Japon (1883) y Le Japon Artistique. Varias ilustraciones del Gabinete de Dibujos y Grabados del museo ponen de manifiesto hasta qué punto estos libros se convirtieron un referente y un modelo para artistas catalanes de final de siglo como Ramon Casals Vernis.
Cataluña también recibió con los brazos abiertos la llegada de cuentos y leyendas de Japón. Esto fue posible especialmente gracias a la buena acogida del proyecto editorial de Hasegawa Takejirō, destinado a difundir historias tradicionales japonesas a través de ediciones bellamente ilustradas y publicadas inicialmente en francés e inglés entre 1885 y 1889 (Japanese Fairy Tales y Les contes du Vieux Japon). Estos libros de pequeño formato, impresos a color en papel chirimen, fueron comprados por artistas como Josep Lluís Pellicer, Oleguer Junyent, Joan Vila d’Ivori, Víctor Oliva, Frederic Marès o Apel·les Mestres y atrajeron la atención tanto por las historias que se explicaban en ellos como por las ilustraciones, encargadas a pintores como Kobayashi Eitaku.
En sus páginas se narraban historias como la de Los viejos y los demonios, protagonizada por una numerosa cantidad de los seres más extravagantes, o bien El gorrión de la lengua cortada, que finalizaba con la terrible aparición de una muchedumbre de seres diabólicos injertados de babosas y ranas. Tal fue la acogida que la popularización se hizo masiva y algunas de las historias, como El pescador de Urashima o El espejo de Matsuyama, se llegaron a publicar en más de una decena de ocasiones en revistas y periódicos de la época, como La Ilustración Artística, L’Esquella de la Torratxa, El Camarada, La Dinastía, El Liberal, Barcelona Cómica, El Gato Negro, Iris, Pluma y Lápiz, El Noticiero Universal, La Vanguardia o ¡Cu-Cut!. A modo de ejemplo, partiendo de la serie de Hasegawa, el cuento de La serpiente de ocho cabezas apareció en revistas modernistas como Hispania, El viejo y los demonios y fue reproducido en los recopitalorios de cuentos de L’Avenç, mientras que El gorrión de la lengua cortada se publicó en revistas como Pèl & Ploma de Ramon Casas y Miquel Utrillo. No es de extrañar que sus ilustraciones aparecieran en compilaciones de cuentos como los de La fábula del jueves, y que fueran punto de partida para otras pequeñas historias, como El engaña demonios, ilustrado en 1924 por Joan Vila d’Ivori.
Notas como la que publicó La Ilustración Ibérica el 27 de noviembre de 1886 reproduciendo distintas páginas ilustradas de los principales manuales japoneses de yōkai del siglo XVIII ponen de manifiesto que ciertamente el mundo fabuloso de Japón se introdujo en el imaginario occidental de finales del siglo XIX. En este sentido, autores como Siegfried Wichmann y Samantha Sue Christina Rowe ya han estudiado el impacto del imaginario fantástico japonés en el arte europeo de 1900, especialmente en el entorno del simbolismo y la obra de artistas como Beardsley, Redon, Gauguin o Ensor.
Las ilustraciones de Aubrey Beardsley, ferviente coleccionista de libros ilustrados y estampas eróticas japonesas, muestra en qué términos el imaginario de los yōkai arraigó entre los artistas del simbolismo y el decadentismo. A pesar de su muerte inesperada con 25 años, la corta trayectoria de Beardsley dejó obras modernas y revolucionarias como las ilustraciones del pequeño libro Bon-Mots. El ejemplar que conserva el museo, procedente de la antigua biblioteca de Alexandre de Riquer, muestra una serie completa de figuras grotescas de inspiración japonesa, como por ejemplo los seres de cuello elástico y fluctuante rokuro-kubi y otras surgidas de libros ilustrados como los de Sekien y Hokusai. Beardsley, como Guérard, Toulouse-Lautrec y otros contemporáneos, encontró en las estampas y libros ilustrados de época Edo las mil y una formas de la deformidad y la extrañeza. Otras obras de la colección del museo similares a las de Beardsley, como el cartel The Inland Printer , del ilustrador norteamericano William Henry Bradley, también se pueden poner en relación con las imágenes de fantasmas y seres de cuello largo popularizadas por el Hokusai manga y otros libros japoneses.
A su vez, podríamos decir que pintores del simbolismo, como Ensor, Redon o Gauguin, se acercaron a planteamientos similares: obras como la estampa Warai hannya, de Hokusai, procedente de la antigua colección de Ismael Smith, recuerda el interés del Autorretrato de Paul Gaguin de 1889, mientras que la imagen de Le cyclope (c. 1914), de Odilon Redon, recuerda las populares representaciones del fantasma Kasane. El mundo de los yōkai, con toda la originalidad y creatividad asociada, traspasó fronteras y atrajo a muchos más artistas, algunos de ellos todavía por recuperar, como Sidney Sime y Léopold Chauveau.
Los artistas catalanes: ejemplo local de un fenómeno global
A partir de la década de 1860, los volúmenes 10, 11 y 12 del Manga de Katsushika Hokusai fueron una fuente de inspiración importante para muchos artistas en busca de lo fantástico, y la presencia de esta obra en manos de pintores como Manet, Degas o Gauguin, entre muchos más, podría ser una prueba suficiente para demostrar la facilidad con la que el mundo de los yōkai y los fantasmas se difundió en todo el continente. En este sentido, Barcelona y los artistas catalanes son un buen testimonio de la difusión de este imaginario y se convierten en la constatación que el japonismo fantástico tuvo un impacto superior al que en primera instancia pudiéramos suponer. En un contexto internacional, Marià Fortuny fue uno de los primeros artistas catalanes en adquirir y estudiar las páginas del Manga y otros libros ilustrados similares fijándose tanto en detalles naturales como en la presencia de seres fantásticos. Algunos de los dibujos de Fortuny, conservados al Gabinete de Dibujos y Grabados del museo, muestran desde fragmentos de anguilas gigantes hasta tengu y zeshōmeppō del Manga, así como animales fantásticos, como por ejemplo kirin, en el seno de una serie de calcos que probablemente sirvieron de estudios preparatorios de la acuarela El vendedor de tapices (1870).
Siguiendo la estela de Fortuny, en pocos años, muchos libros ilustrados japoneses pasaron a formar parte de colecciones privadas como las de Alexandre de Riquer, Apel·les Mestres y Anglada Camarasa, Domènech i Montaner, Francesc Vidal y Frederic Marès, quienes, sumados a otras colecciones como las de Richard Lindau, Joaquim Mir, Josep Mansana, Ismael Smith y Joan Vila, hicieron que monstruos, seres mitológicos, fantasmas y espíritus de Japón se empezaran a manifestar en la imaginación de los artistas. En última instancia, tal difusión permite poner en consideración ciertas similitudes temáticas e iconográficas significativas en la obra de dibujantes catalanes. A modo de ejemplo, de entre el más de un millar de dibujos de Ynglada conservados en el Museu Nacional, destaca la presencia de varios esqueletos vivientes de 1904 similares a la estampa del fantasma de Kohada Koheiji de Hokusai.
Ynglada, de quien es conocida su pasión por el arte de Asia Oriental, a buen seguro que conocía las dos estampas de fantasmas de Hokusai del museo, ya que provienen de la colección de Ismael Smith, amigo de Ynglada del tiempo del Guayaba con quien se dio a conocer por primera vez en Sala Parés en 1906. En este sentido, no es extraño descubrir como, entre algunas de sus ilustraciones de temática japonesa dibujadas durante la primera década del siglo XX, se encuentra escenas con imágenes singulares como por ejemplo la representación de objetos vivientes tsukumogami para parodiar la guerra ruso-japonesa.
Todos los que nos dedicamos a la historia del arte hemos podido comprobar en múltiples ocasiones el extraordinario valor de los fondos de la Biblioteca Joaquim Folch i Torres y del Gabinete de Dibujos y Grabados del Museu Nacional. Su riqueza y extensión esconden sorpresas y tesoros y, en este sentido, una simple consulta ya permite encontrar otros ejemplos de sinergias entre el japonismo y el Modernismo, también en el caso del imaginario fantástico. Apel·les Mestres, cuya colección de libros ilustrados japoneses se conserva en la biblioteca del museo, es un buen testimonio con las ilustraciones para Liliana; dibujos como La telaraña recuerdan ilustraciones como las del volumen 12 del Manga de Hokusai, ámpliamente difundido y reproducido en la época.
En definitiva, este y otros ejemplos muestran como el japonismo en Cataluña también dejó su impronta en el imaginario fantástico, tanto en el entorno de 1900 como durante las décadas siguientes. La investigación, sin embargo, apenas ha empezado.
Enlaces relacionados
El japonismo y su presencia en la biblioteca del museo
Los Ukiyo-e del Museu Nacional