La elasticidad del trabajo en un museo: relato de unas prácticas

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João Correia de Sá

Mi primer contacto con el arte medieval catalán ocurrió en 2015, cuando elegí hacer un trabajo sobre las pinturas murales de Sant Climent de Taüll, para una asignatura de arte románico. Recuerdo que en aquel momento me sentí bastante fascinado por la riqueza estilística e iconográfica del conjunto, así como por el hecho de que se conservara tan bien incluso en un espacio que no le era «natural».

Maestro de Taüll, Absis de Sant Climent de Taüll, hacia 1123

Maestro de Taüll, Absis de Sant Climent de Taüll, hacia 1123

Creo que en ese momento se abrieron las ventanas y entendí que mi camino tendría que pasar por la edad media. Desde entonces hasta ahora, he ido entendiendo más acerca de este fascinante mundo, comprendiendo qué tipo de objeto artístico más me gusta estudiar y con qué época me siento más cómodo.

De Lisboa a Barcelona

Gracias a un convenio entre la Universidade Nova de Lisboa y el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en 2017 he tenido la oportunidad de venir a realizar prácticas durante un año académico. Llegué de Lisboa y encontré un territorio que está viviendo un período de convulsión política, pero que mantiene un profundo respeto y tradición en la preservación de su patrimonio medieval.

Mi trabajo en el Departamento de Arte Gótico

Dentro del Departamento de Arte Medieval, pronto me di cuenta de que había margen para trabajar en cualquier área que me fuera más cómoda, lo que me dejó muy satisfecho. Aunque dividido entre arte románico y gótico, al principio, pronto entendí que era en el arte gótico, y en particular en las piezas de arte funerario, con lo que me sentía más realizado profesionalmente.

Sales d'art gòtic del Museu Nacional

Sales d’art gòtic del Museu Nacional

Gothic Art rooms

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Trabajé directamente con Cèsar Favà en tareas de documentación de algunas de las piezas de arte funerario, pertenecientes a la colección de arte gótico. Sepulcros, osarios, lápidas y fragmentos de tabla han sido algunas de las tipologías sobre las que he podido analizar durante mis nueve meses en el Museu Nacional. También he tenido la oportunidad de poder documentar otro tipo de piezas, derivadas del funcionamiento del museo y de las diferentes solicitudes a las que está sujeto. Entre las piezas que pude documentar destaco los cinco sepulcros pertenecientes a la familia Téllez de Meneses, procedentes de Matallana, ya que este conjunto se afirma como un excelente ejemplo de arte funerario, dentro de la colección de arte gótico.

Grave of a nobleman of the Téllez de Meneses family

Este sepulcro, junto con cuatro más conservados en el Museu Nacional, formaba parte del conjunto sepulcral de los Téllez de Meneses, en el monasterio de Santa María de Matallana

Descubrir el trabajo en un museo

Por otro lado, he observado de cerca cómo se organiza la dinámica interna de un museo, el trabajo en los diferentes departamentos y la forma como, directa o indirectamente, se acaban por relacionar e influenciar. Para alguien que, como yo, estaba acostumbrado a la estructura de la academia y a su formalismo, el trabajo del museo acaba por ser más elástico, si así lo podemos designar. La plasticidad que existe en el conjunto de tareas que atañen a un conservador, es algo que no aprendemos en las clases de una universidad y consiste en parte de lo que puede venir a ser la carrera de un historiador del arte.

La diferencia entre el trabajo en las universidades y el trabajo realizado en un museo, que obedece no sólo al mismo rigor que las primeras, sino que tiene que corresponder a las necesidades del público y de quien va a consumir las obras que están expuestas. Por otro lado, la diversidad de departamentos o áreas en las que un historiador del arte puede aplicar sus conocimientos y especializarse, no viendo la Historia del Arte como un fin en sí mismo, y, por último, los errores, que son parte del trabajo y del proceso de crecimiento, maduración y evolución de las instituciones, así como de las personas que trabajan en ellas.

Una experiencia muy enriquecedora

Como en todas las experiencias, hubo momentos de mayor y menor gloria. Algunas veces me pregunté si estaba siguiendo el camino correcto, si estaba tomando las opciones más acertadas o haciendo los razonamientos de la forma más correcta. Siempre que era necesario, me socorría en sabiduría de los mayores, en la búsqueda de una solución a mis diferentes cuestiones. Creo que salí del museo más rico de lo que entré. Vi y absorbí todo lo que pude, en el menor espacio de tiempo posible.

Otro hecho muy curioso fue la asociación automática que empecé a establecer entre las obras que había observado, sea en el Museu Nacional d’Art de Catalunya –o fuera– con obras portuguesas. Es conocida la relación entre los dos territorios y el hecho de traer conocimientos de otro contexto me posibilitó que esos puentes pudieran ser tendidos de forma más rápida.

Venir de Lisboa a Barcelona fue, tal vez, una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido hasta ahora. No sólo cambiar de país, sino también poder desarrollar competencias en mi área, en una importante institución como el Museu Nacional, me hicieron comprender algunas cosas.

Una oportunidad para los estudiantes de Historia del Arte

Creo, por lo tanto, que para todos los estudiantes de Historia del Arte y para los que piensan hacer de esta disciplina su vida, la estancia en un museo puede ser una gran plataforma de aprendizaje. No sólo se “limpian” defectos y se gana más agilidad, sino que también es una excelente oportunidad de aplicar los conocimientos adquiridos en las aulas y que muchas veces no llegan a salir de las mismas. En términos humanos, también es una experiencia de valor, ya que se trabaja casi siempre en equipo, con personas de backgrounds totalmente distintos y que se encuentran insertados en una jerarquía, es cierto, las opiniones son escuchadas y consideradas en la mayoría de los casos.

El autor con una reproducción fotográfica de la tabla central del Retablo de los santos Juanes de Vinaixa, de Bernat Martorell

Llegué al Museu Nacional d’Art de Catalunya el 29 de septiembre y mis prácticas finalizaron, coincidencia o no, el 29 de junio. Guardaré muchas enseñanzas, mi retina guardará la imagen de decenas de obras de arte que he visto y sé que los conocimientos que he adquirido me serán útiles en el futuro.

Al final, ¿de qué sirve formar profesionales aptos para trabajar en museos si no se les da espacio para experimentar esa misma práctica en el contexto laboral?

Universidades e instituciones culturales deben estrechar sus relaciones y aplicar programas con prácticas en contexto museológico que sean la prueba de esa misma conexión. Así los cursos de Historia del Arte tendrían una mayor aplicabilidad de sus contenidos, y una orientación más profesional, algo que experiencias como la que he tenido pueden colmar.

João Correia de Sá
Historia del Arte. Universidade Nova de Lisboa
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