Julián Artacho y Dídac Bautista
El pasado mes de enero visitaron el museo Dídac, de 11 años, su maestro de atención domiciliaria y su madre. Nos hizo especial ilusión recibirles.
Dídac no va a la escuela porque padece una enfermedad y por eso recibe este servicio del Departament d’Ensenyament. No se trataba solo de ver las obras de arte del museo.
Su profesor, Julián Artancho, le había encargado hacer un trabajo y unos dibujos a partir de la visita, teniendo en cuenta que a Dídac le encanta dibujar y escribir.
Su visita y la oportunidad de ver el museo a través de sus ojos nos animó a querer compartir su trabajo y de paso visibilizar esos otros entornos educativos: la casa y el museo.
En este artículo, primero su profesor nos pone en contexto la visita de Dídac y la tarea que hacen los profesores de atención educativa domiciliaria. Después, se puede leer el relato que hizo Dídac a partir de su visita.
Llevar el aula a casa, la atención educativa domiciliaria
Hay muchos niños y niñas, y adolescentes en edad escolar, que sufren una enfermedad física o psíquica que no les permite ir a la escuela. En estos casos, se les puede asignar un profesor o una profesora para que les dé clases en su casa, son los profesores de atención educativa domiciliaria.
Dídac es uno de esos niños que, por una grave enfermedad, hace tiempo que no puede ir a clase, pero que cuenta con un profesor domiciliario.
Una de las propuestas que Dídac hizo mientras trabajaba en su “aula particular” fue visitar el Museu Nacional d’Art de Catalunya. La sección que más le atraía era la de arte románico, seguramente por lo que le habían explicado sus hermanos, o las visitas que había hecho a las páginas web.
Decidimos preparar esta visita informando al museo, y también documentándonos a través de la página web y de libros, así como preparando el material para dibujar in situ.
A continuación, el relato que Dídac ha escrito como trabajo de la visita.
“La aventura extraordinaria de David al Museu Nacional d’Art de Catalunya”, el relato de Dídac Bautista
El viernes por la mañana, a las 10.00 h, cuando abrieron el Museu Nacional, David y su madre estaban esperando en la puerta impacientes por empezar la visita.
Cuando David entró al magnífico museo pensó que aquel lugar tenía algo especial. Cuando ya habían subido todas las escaleras, la madre le dijo que ella iba a tomarse un café, que podía hacer la visita a solas. Ella le esperaría en la espléndida Sala Oval.
David entró a la exposición del románico. Miró todas las obras desde el comienzo hasta que llegó a la pintura Lapidación de san Esteban de Boí. David se quedó mirándolo un buen rato hasta que el chico sintió una sensación de una voz que le decía…
“¡Corre! Corre, si no quieres que te tiren piedras.” El chico enseguida vio que san Esteban salía de la pintura y le decía que empezara a correr. David, sin entender nada, siguió a san Esteban para que no le cayera una piedra a él también.
Los hombres continuaban persiguiéndoles hasta que David y san Esteban llegaron donde estaba el Pantocrátor, donde estaba Jesús sentado. Cuando llegaron, san Esteban rápidamente le dijo:
“Amigo, ¿no tendrías un lugar donde nos pudiéramos esconder rápidamente?”.
Jesús movió los dos dedos que tenía levantados y les indicó con aquellos dedos hacia dónde tenían que ir. Enseguida les guió al Ábside de Sant Climent de Taüll , donde se escondieron. Mientras los hombres con piedras pasaban de largo, san Esteban y David empezaron a hacerse amigos.
Cuando Jesús les avisó de que el peligro ya había pasado, llegó otro: unos hombres de rojo que llevaban ollas y sierras del
Frontal de altar de Durro, venían a buscarles. Entonces los tres empezaron a correr como locos para que no les atraparan
Al final llegaron a una sala donde había un animal alado El Grifo que, con un ruido realmente agradable, les dijo que subieran a su lomo porque les llevaría a un lugar seguro. Jesús, san Esteban y David subieron al animal, que desplegó sus increíbles alas doradas y empezó a volar y volar.
Mientras volaban, David empezó a echar de menos a su madre, cerró los ojos y se dejó guiar por el viento.
Cuando volvió a abrir los ojos vio que estaba mirando fijamente la primera obra, que no se había movido. Entonces entendió que todo aquello de la aventura había sido una imaginación suya ante aquella pintura y fue rápidamente a buscar a su madre para explicarle lo que se había imaginado.
Antes de salir del museo, David comprendió por qué había pensado que aquel museo tenía algo de especial, era un lugar realmente mágico.