Cèsar Favà
La colección de arte gótico del Museu Nacional d’Art de Catalunya cuenta con un grupo variado de obras que permite acercarnos a las diferentes visiones que el cristianismo propagó del judío durante la Baja Edad Media. Comentamos aquí algunas imágenes donde la figura del judío aparece dotada de una indisimulada carga negativa. Y es que el arte también fue un arma arrojadiza utilizada contra los judíos (adversus iudaeos).
La imagen cristiana del judío
La mayoría de imágenes medievales de judíos no presenta ninguna señal distintiva. La mayor parte de los protagonistas del cristianismo, constantemente representados en el arte gótico, eran miembros de esta religión –empezando por el propio Jesucristo—, pero nada les identifica como tales. Ahora bien, es cierto que el arte de la Baja Edad Media tiende a una generalización de las representaciones singularizadas de los judíos, conseguidas a partir de varios mecanismos. Entre los más frecuentes, en Cataluña destaca su caracterización según un aspecto físico y una indumentaria concretos.
En efecto, el judío usualmente es reconocible por su “perfil semita”, del que destaca una nariz prominente, a menudo, aguileña. Pero también por su figuración con capa larga y capucha que, según intentaba la legislación civil desde Jaime I, tenían que vestir obligatoriamente fuera de la aljama Tales normativas derivaban de la legislación eclesiástica emanada del IV Concilio de Letrán de 1215, que impuso una vestimenta singularizada a judíos y musulmanes para evitar sus uniones con cristianos.
En la colección de arte gótico del museo, el alcance de la medida se aprecia en escenas como la Inscripción del nombre de Juan Bautista, del Retablo de los santos Juanes de Santa Coloma de Queralt (Tarragona); o la Ofrenda de san Joaquín y santa Ana al Templo, de la tabla de entreviga recientemente ingresada con la donación de Antonio Gallardo
Las figuraciones aludidas, todo hay que decirlo, no rezuman por si solas un carácter negativo del judío. Aquello que suele connotarlas negativamente en el arte cristiano es el contexto narrativo donde se insieren o su caracterización dirigida a remarcar su carácter maléfico y de enemigo del cristianismo. Con este objetivo, su atavío anacrónico estigmatizaba abiertamente a la minoría judía del territorio mencionado, contribuyendo al deterioro de las relaciones entre ambas comunidades, lo que desembocó en el fatídico pogromo de 1391, que hizo desaparecer a gran parte de las comunidades judías catalanas.
La controversia judeo-cristiana
Un grupo significativo de imágenes a considerar son las que reflejan la llamada polémica judeo-cristiana. Tienen como objetivo evidenciar la superioridad de la doctrina cristiana respecte la judía y, genéricamente, evocan la realidad social de la época, donde esta minoría era obligada a participar en sermones cristianos y en disputas sobre la fe organizadas por el pensamiento religioso hegemónico.
En un compartimento de predela realizado por un autor del círculo de Ferrer y Arnau Bassa, el enfrentamiento dialéctico entre san Esteban y los judíos pone de manifiesto el rol de éstos como adversarios del cristianismo, así como la superioridad teológica de esta última confesión. Sin embargo, los judíos no presentan una carga negativa equiparable a la que muestran en algunas obras realizadas a partir de la segunda mitad del siglo XIV, como el Retablo de san Esteban de Gualter (Lleida) y el Retablo de san Juan Bautista y san Esteban de Badalona (Barcelona). En el primer conjunto, algunos de los judíos de la Disputa, que muestran una nariz larga en forma de gancho y/o las ropas privativas, presentan una actitud airada en contra del santo. Y no sólo se tapan las orejas y rasgan los papeles, sino que también en la Lapidación de san Esteban, aparecen, además, como cómplices del martirio.
Este elemento iconográfico no se repite en el segundo conjunto mencionado, aunque el carácter pérfido de los rabinos es aún más evidente a raíz de su caracterización, donde algunos muestran un gesto malcarado y unos rasgos afilados exagerados, caricaturescos. Además, el perfil semita y la capa larga con capucha denotan a los judíos de la Disputa de Cristo entre los doctores del Retablo de la Virgen y la eucaristía del monasterio de Sigena (Huesca), donde aparece el tópico de los libros heréticos tirados por el suelo y un judío que otra vez rompe las escrituras.
El judío deicida
Otro conjunto, extenso y variado, reúne aquellas imágenes donde el judío es señalado como responsable de la muerte de Cristo, como deicida. Su culpabilización sigue diferentes estrategias, y así lo reflejan las obras de la colección. Entre otras, podemos referirnos a aquellas composiciones donde el judío aparece explícitamente vinculado a la muerte de Cristo, tal como sucede en varias escenas de la predela del Retablo de san Vicente de Menàrguens (Lleida). Concretamente, en la representación de Cristo ante Pilato, dos judíos encapuchados flanquean el trono del gobernador y uno de ellos señala impúdicamente hacia Jesús; y, en la Coronación de espinas, otro judío, vestido igual, observa el tormento en segunda fila.
Bernat Martorell, compartimentos de la predela del Retablo de sant Vicente, hacia 1438-1440
Otra estratagema en la implicación del pueblo judío en la muerte de Cristo pasa por la asimilación intencionada de Judas, el apóstol traidor, con el judaísmo, habitual en escenas como la Santa Cena o el Prendimiento de Cristo. A menudo, luce un perfil semita, así como unos cabellos rojizos y una túnica amarillenta, dos signos de carácter negativo acreditados en la época. Así aparece en las representaciones del Prendimiento de Cristo del Maestro de Retascón o de la predela ya citada de Menàrguens. Y también en la Cena que centra el bancal del ya mencionado retablo de Sigena, donde, además, el personaje esconde un demonio negro visible solo para el espectador. De la eficacia de todas estas trampas, dan fe las tachaduras que los devotos propinaron al apóstol traidor.
Finalmente, en ciertos casos la implicación de los judíos en la muerte de Cristo es más sutil, tal y como denotan algunas imágenes donde los romanos se han convertido en judíos a partir de algún símbolo. En este sentido, en el Calvario que corona el Retablo de la Virgen de la Leche, santa Clara y san Antonio Abad, de Xelva, el centurión romano presenta un escudo con una forma estilizada del sello de Salomón, también conocido como estrella de David, que implica a los judíos en la muerte de Jesús.
En otros casos, esta transformación viene dada por un escorpión, comúnmente interpretado como símbolo del pueblo judío. La representación de este arácnido puede verse, por ejemplo, en la hoja del hacha de un de los romanos que yacen adormecidos resguardados por el sepulcro de Cristo, en la tabla de la Resurrección del retablo mayor del monasterio de Santes Creus.
El deicidio continuado
Finalmente, un último grupo de imágenes que no queremos olvidar son aquellas que presentan a los judíos medievales como seres sacrílegos y proclives al deicidio continuado. En la Baja Edad Media proliferan, entre otros, las acusaciones cristianas sobre los judíos de blasfemias y ultrajes a Cristo y al cristianismo. En algunos parajes son incriminados en maldades como el crimen ritual, consistente en reiterar la Pasión y muerte de Cristo en un niño cristiano durante la Pascua. O son inculpados en la profanación de hostias consagradas, a saber, en un nuevo asesinato de Cristo, si se tiene en cuenta su presencia real en el pan y el vino de la eucaristía. Este último tipo de ultraje se erige en un tema habitual en los retablos dedicados al Corpus Christi, tal y como demuestran en el museo conjuntos como los de Vallbona de les Monges (Lleida), Sigena, o Queralbs (Girona).
Los tormentos representados tienen que interpretarse como un arma de doble filo: por un lado, abogan en favor de la presencia real de Cristo en la eucaristía, a partir de las hostias que sangran; y, por el otro, explicitan el carácter maléfico de los judíos coetáneos, a partir de las vestiduras anacrónicas, criminalizándolos como enemigos del Mesías que reconocen y del cristianismo.
Àrea d’Art Medieval