Albert Estrada-Rius
Las efemérides son un buen pretexto para rememorar hechos históricos o bien para recordar a personajes olvidados. Este año se celebran 550 años de la muerte de un infante de la casa real de Portugal, de nombre Pedro, que llegó a reinar en Cataluña entre 1464 y 1466 con el nombre de Pedro IV. El contexto en el que accedió al trono fue el de la guerra civil (1462-1472) de las instituciones representativas de Cataluña –el Consell de Cent y la Diputación del General de Cataluña– contra el rey «legítimo» Juan II de Aragón. Por esta razón, una vez éste recuperó el trono y se acordó la paz, el difunto Pedro pasó a ser considerado un rey «intruso» y todas las partes procuraron olvidarle.
La cualidad del legado patrimonial del soberano que ha llegado a nosotros, a pesar de que su reinado fue corto y el contexto convulso, justifica que el Museu Nacional d’Art de Catalunya se haya implicado en la divulgación del personaje y de su obra. Primero, con la preparación del seminario «La moneda de un rey proscrito: Pedro IV en Cataluña» y, este otoño, con la organización de la jornada de estudio «Pedro de Portugal, rey de los catalanes: memoria y patrimonio».
Pedro era miembro de la familia real portuguesa y, por vía materna, nieto del último conde de Urgel, Jaime II. Su linaje arraigaba con el de los soberanos de la casa de Barcelona. Por esta razón, los catalanes levantados contra Juan II –hermano y sucesor de Alfonso V de Aragón y padre de Fernando II el Católico– le proclamaron rey.
El Condestable era un joven príncipe tan culto y refinado como perseguido por el infortunio. En el atardecer de la Edad Media y el nacimiento de la modernidad el humanismo magnificaba la melancolía y hacía bandera de ella. Pedro, hijo del regente de Portugal caído en desgracia y muerto en batalla, fue desposeído de la maestría de la orden de Avís y del cargo de Condestable; sufrió exilio en la culta corte de Castilla y allí escribió tres obras literarias de cualidad notable; adoptó como divisa personal, siguiendo la moda de la época, el «Paine pour joie» y la imagen alegórica de la rueda de la fortuna. En el inventario notarial levantado a su muerte se recogen objetos preciosos de todo tipo, en los que había grabado, pintado, esculpido o bordado, casi de manera obsesiva, su emblema.
Como monarca utilizó ampliamente las manifestaciones artísticas para proyectar sobre los nuevos súbditos la imagen personal de un rey culto y decidido. A pesar de la penuria económica imperante en un período de guerra, se esforzó en invertir dinero en la reforma del antiguo Palau Reial Major de Barcelona y encargó obras a los mejores artistas coetáneos, demostrando un gusto exquisito. Hoy aún se conserva el retablo que encomendó a Jaume Huguet para ornar la capilla real y que dedicó a la Epifanía, en una sutil exaltación de la monarquía que encarnaba, y donde es posible que aparezca retratado en la figura del más joven de los magos. Igualmente se conservan varios dinteles de piedra ornados con su divisa esculpida.
También utilizó el ofrecimiento de obras de arte –en las que nunca olvidaba colocar su famosa divisa– a algunos santuarios para demostrar su carácter de príncipe piadoso. Así, se conserva la corona que regaló a Santa Maria de Castelló d’Empúries, actualmente en el Museu d’Art de Girona, y consta que también regaló, después de enriquecerla, la fastuosa cruz de los condes de Foix –hoy perdida– a la Virgen de Montserrat.
Como gobernante mandó acuñar una nueva, bonita y fuerte especie monetaria de oro que, por razones propagandísticas, denominó pacífico. Recientemente, la Generalitat de Catalunya ha adquirido una de estas raras monedas y la ha depositado en el Museu Nacional donde está expuesta.
El infortunio del príncipe hizo que perdiera demasiadas batallas y culminó con su prematura muerte a los 37 años en Granollers. En esta población se conserva la memoria de la casa –Palau dels Tagamanent o casa del Conestable– donde murió, el 29 de junio de 1466. Según sus disposiciones, fue enterrado en la iglesia de Santa Maria del Mar. En el libro de las solemnidades de Barcelona se describe el recorrido del séquito fúnebre y la vistosa y ruidosa ceremonia caballeresca del «correr las armas» que tuvo lugar en la plaza del Rei. La gastada lauda de mármol blanco que se le atribuye se conserva bajo el órgano de la basílica y muestra al rey –extrañamente desprovisto de los atributos de la realeza– con un libro en las manos. Su espada, símbolo supremo de la Justicia y de la protección armada que se esperaba de un monarca, se conserva en el tesoro de la Catedral de Barcelona. Ni que decir tiene que esta pieza extraordinaria, que va cautivó al poeta Juan-Eduardo Cirlot, también ostenta la mítica divisa.
No existe mejor manera de terminar esta evocación de una figura poco conocida que invitar a los lectores a recorrer los espacios y las calles de Ciutat Vella en los que se movió este príncipe. Un itinerario histórico y artístico que empieza en el Saló del Tinell del Palau Reial, pasa por la capilla palatina de Santa Àgata y por su retablo, sigue por el patio vecino del Palau del Lloctinent, donde reposa uno de los dinteles pétreos con la divisa del Conestable, continúa por el tesoro de la catedral y acaba delante de su tumba en Santa Maria del Mar. Parta aquellos que quieran continuar, el viaje puede seguir hacia Granollers para contemplar la casa donde murió y hacia el Museu d’Art de Girona donde se guarda la corona que dedicó a la Virgen.
Gabinet Numismàtic de Catalunya
One comment
Desde cuando hubo un rey de los catalanes?? es que no podéis inventaros más cosas??
El imperio catalano-romano con capital en Ampurias y con la estelada como estandarte’?