La tabla periódica a través de las salas del museo I

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Núria Oriols

Detalle de Homenatge als elements de Eugènia Balcells, 2011. A partir de su videoinstalación Freqüències, 2009.

El año 2019 ha sido declarado por la UNESCO año internacional de la tabla periódica. Se ha conmemorado que ha hecho 150 años que el químico ruso Dimitri I. Mendeléiev diseñó un sistema para ordenar y clasificar los 63 elementos químicos que entonces se conocían, basándose en la masa atómica, dejando huecos donde colocar nuevos elementos que aún no habían sido descubiertos, perfilando, incluso, las propiedades. Todo un paradigma de la infografía que no deja de admirarnos.

Actualmente ya se conocen 118 elementos, de los cuales tan sólo 92 se pueden encontrar en la naturaleza y sólo 80 son estables. El resto son radiactivos, es decir, se desintegran transformándose en otros elementos. Un pequeño grupo de estos elementos naturales y estables se encuentra, de forma recurrente, en las obras de arte. La tabla periódica, definida a menudo como un icono cultural, es también un catálogo de los componentes a partir de los cuales se pueden generar los materiales que conforman las obras de arte.

Ahora, que apenas dejamos atrás el año 2019, durante el cual la tabla periódica ha sido noticia en todas partes y se ha relacionado con infinidad de campos y disciplinas, no podíamos dejar pasar la ocasión para reivindicar el papel de la química en el arte. Es por eso que proponemos, en este espacio, un recorrido por las salas del museo siguiendo un guion nada habitual: los elementos químicos.

Hay un elemento particular en la tabla periódica, el carbono, que combinado mayoritariamente con el hidrógeno y el oxígeno y con otros de minoritarios como el nitrógeno, el fósforo o el azufre, también el sodio y el potasio, genera todo un mundo de compuestos: los de la química orgánica. Todos estos elementos, en mayor o menor extensión, se encuentran en las pinturas y esculturas policromadas de todas las colecciones del museo. Han llegado a través de sustancias tipo el aceite de linaza o el huevo, que hacen la función de aglutinar pigmentos; también a partir de resinas, utilizadas para barnizar; a partir de sustancias empleadas con fines adhesivas, como es el caso de la caseína o de las colas animales.

El recorrido que proponemos, en cambio, pone el foco en metales de transición como el hierro, el cobre, el cobalto y el cromo, que forman compuestos inorgánicos de colores muy vivos. Por este motivo son empleados como pigmentos. Estos metales de transición, en ocasiones, también aportan información adicional sobre el origen temporal de la obra. És por ello que la visita virtual aquí planteada sigue un hilo cronológico. ¡Empezamos!

La tabla periódica de las salas del Museu Nacional d’Art de Catalunya.
La tabla periódica de las salas del Museu Nacional d’Art de Catalunya.

Salas de Románico

Al abrir la puerta, nos situamos ante las imponentes pinturas murales arrancadas y traspasadas del ábside de Sant Pere de la Seu d’Urgell, del siglo XII . Su cromatismo gira entorno a los colores tierra, los azules y los verdes. Llama la atención la presencia de tonalidades diversas en los azules: un tono profundo, el del ultramar natural o lapislázuli, en el manto de la Virgen; y en el fondo de la mandorla se observa la aplicación de una tonalidad más clara, azul cielo, proporcionada por el mineral llamado aerinita.

El hierro en los ocres y los azules

El hierro (Fe) uno de los elementos más abundantes en la Tierra y de los más antiguos utilizados por el hombre hace acto de presencia en este ábside. Rápidamente podemos asociar el color de los ocres rojos y amarillos que observamos, al color del hierro oxidado. Y es que, efectivamente, los pigmentos ocres aplicados en estas tonalidades por los maestros pintores del siglo XI y XII contienen óxido de hierro (III), ya sea la hematita, roja, ya sea la goethita, amarilla. El hierro es, indudablemente, uno de los elementos más extensamente presente en la policromía de tonos tierra de todas las pinturas murales románicas expuestas en el museo.

Lo que no es tan evidente, tal vez, es que el hierro también se encuentra en las zonas azules, donde hay la aerinita. En la composición química de este mineral, determinada apenas en 2004 mediante el análisis de difracción en polvo con luz sincrotrón, aparece el elemento hierro en diferentes estados de oxidación. Algunos cationes de hierro, en la aerinita, están tan oxidados como en la hematites y, por tanto, son hierro (III); pero de otros se encuentran en un estado de oxidación inferior, hierro (II). La presencia del hierro en estados de oxidación diferentes podría explicar el color azul de la aerinita, tan característico de las pinturas románicas creadas en ambos lados de los Pirineos. Es precisamente en este área geográfica donde se localizan importantes yacimientos de este mineral. Sin embargo, la aerinita ha sido identificada, por ejemplo, en las pinturas de San Martín de Elines en Cantabria, o incluso en el Piamonte italiano, en la policromía de los muros de la Abbazia della Novalesa, probablemente porque este pigmento viajó junto con otros materiales de los talleres de pintores románicos, que eran itinerantes.

Ábside de Sant Pere de la Seu d’Urgell, segundo cuarto del siglo XII. Detalle del manto de la Virgen y del fodo de la mandorla.

Precisamente la tonalidad azul cielo de este mineral condicionó el nombre que le proporcionó Arnold von Lasaulx, director del Museo de Mineralogía de la Universidad de Breslau, hacia el año 1876, en analizar unas muestras de piedra azul procedentes de Estopanyà (Huesca) y etiquetadas como «vivianita de España». En determinar que se trataba de un mineral de composición totalmente diferente a la vivianita (que contiene fósforo conjuntamente con el hierro), utilizó la raíz griega aer -, referente al cielo o la atmósfera, para nombrar la nueva especie mineralógica.

Existe otro pigmento que contiene hierro en dos estados de oxidación y que también es azul. Se trata del ferrocianuro férrico o «azul de Prusia». El color en este compuesto se explica por la transición de electrones desde un átomo de hierro (II) a un átomo adyacente de hierro (III). Sin embargo, si el azul del manto de una Virgen románica estuviera completamente pintado con este pigmento, deberíamos de sospechar que se trata de una falsificación o de un retoque. ¡En plena Edad Media no se conocía este compuesto químico! Este color fue un descubrimiento casual, totalmente imprevisto, del fabricante de colores alemán Johann Jacob Diesbach, hacia el 1706, cuando buscaba un colorante rojo…, pero esa es ya otra historia.

Estratigrafías de micromuestras de azul (aerinita) y rojo (hematies) de la policromía del ábside de la Seu d'Urgell que contienen el elemento hierro.
Estratigrafías de micromuestras de azul (aerinita) y rojo (hematies) de la policromía del ábside de la Seu d’Urgell que contienen el elemento hierro.

Otros elementos presentes en las salas de Románico

El calcio (Ca), acompañado del magnesio (Mg) y el estroncio (Sr), los tres elementos alineados en la segunda columna de la tabla periódica, son habituales de las obras románicas, principalmente localizados en los morteros de carbonato de calcio y en las preparaciones de yeso. También el estaño (Sn) es un elemento frecuente en los frontales de altar de los siglos XI y XII, aplicado en forma de hoja metálica recubierto con barnices amarillos, para imitar el oro. Y finalmente, en estas salas, contamos con la presencia más minoritaria de un elemento que se ha identificado en objetos de decorados con esmaltes de Limoges: el antimonio (Sb). En alguna otra ocasión explicaremos la suerte de la Paloma eucarística, expuesta en la sala 16, que lo contiene.

Salas de Gótico

El oro y los dorados

Cuando nos adentramos en las salas de Gótico, nos rodea una nueva tipología de obras, los retablos, y un cromatismo claramente diferente presidido por el dorado. Probablemente, como consecuencia de la necesidad de un mayor despliegue iconográfico detrás de los altares medievales, complementando los frontales, aparecieron los retro tabula o retablos. Estas obras de madera policromada eran elaboradas por varios talleres a partir del encargo de los promotores, formalizado a veces con un contrato, donde aparecían requerimientos respecto la calidad de los materiales, especialmente, la de los empleados en los dorados, símbolo inequívoco de riqueza, sinónimo de prestigio y vehículo para la ostentación.

Así pues, en estas salas, es prolífica la presencia del elemento químico con número atómico 79. El oro (Au). Su nombre latín es aurum, que significa «aurora brillante», y su símbolo alquímico es un disco solar radiante, evocando la divinidad, exaltando así las propiedades, tanto de color y brillo, como de integridad química con el paso del tiempo. Otros metales pesados presentes en obras góticas son el mercurio (Hg), de número atómico 80, y el plomo (Pb), de número atómico 82, muy abundante, este último, por el constante y extenso uso que se hace del pigmento blanco de plomo, aunque también lo podemos encontrar en la composición de pigmentos rojos y amarillos. Pero ahora detengamos el recorrido, unos instantes, y hablemos del elemento cobre.

El cobre de los verdes y azules

El cobre (Cu) se encuentra sobre todo en los colores azules y verdes de las obras góticas, introducido a través de pigmentos tanto de origen natural como sintético. Los textos clásicos ya mencionan los productos de corrosión verdosos o verde-azulados tan frecuentes en las superficies de cobre metálico y de sus aleaciones, refiriéndose a él con el término aerugo. Desde entonces, la gran reactividad química de este metal ha sido aprovechada históricamente para la síntesis de pigmentos. En los tratados de pintura medievales, aparecen diferentes recetas para la obtención de pigmentos verdes, provocando la corrosión del cobre metálico con vapores ácidos del vinagre o con orina. Así obtenían mezclas heterogéneas de acetatos y cloruros de cobre, de diferentes tonalidades de verde, según cuales fueran los aditivos añadidos, como la miel o la sal común.

El catión cobre (II) del acetato de cobre, compuesto que recibe el nombre de verdín o cardenillo, puede reaccionar muy fácilmente con los ácidos orgánicos que contienen tanto las resinas como los aceites, formando sales de un deslumbrante y translúcido color verde. Esta propiedad fue bien aprovechada para dar paso a todo un conjunto de materiales artísticos vidriados, o corladuras, que históricamente han sido identificados con el término «resinados de cobre».

Alteraciones producidas por el paso del tiempo

Los diferentes verdes de cobre fueron especialmente utilizados durante el Gótico. También lo fue el pigmento azurita, un carbonato básico de cobre de color azul. Los pigmentos y los medios aglutinados que los maestros pintores aplicaron hace quinientos años son compuestos químicos que reaccionan entre ellos, con otras sustancias del entorno, y que se ven afectados por la luz y las condiciones ambientales. Estas reacciones, inevitables, y las transformaciones experimentadas son las responsables del envejecimiento natural de los objetos artísticos y de la formación de productos de alteración. Cuando los pigmentos utilizados contienen cationes especialmente reactivos, como es el caso del cobre, se pueden producir cambios muy importantes en la percepción estética de las obras. Es difícil detener la reactividad del cobre justo en el punto deseado, y el paso del tiempo acaba comportando un notable oscurecimiento de los colores que lo contienen.

Estratigrafías de micromuestras de policromía oscurecida de azul de azurita y de verde de cobre del Retablo de san Esteban de Granollers.
Estratigrafías de micromuestras de policromía oscurecida de azul de azurita y de verde de cobre de Retablo de san Esteban de Granollers.

Hacemos pasar, ahora, nuestro recorrido, por delante de las tablas expuestas en la sala 26, pintadas por el grupo de los Vergós, provenientes del Retablo de San Esteban de Granollers (1492/1494 – 1500). Los colores que observamos no siempre se corresponden con los de la intención del pintor. Hay todo de elementos iconográficos que actualmente presentan un cromatismo diferente de la original. Por ejemplo, los cortinajes de la obra Nacimiento de san Esteban, aparentemente negros, fueron pintados con verde de cobre. Y las baldosas, tal y como corresponde a la cerámica de la época, presentaban decoraciones azules y no líneas de un negro intenso como observamos. De hecho, la azurita, continúa inalterada e intensamente azul en el interior de la policromía, porque el oscurecimiento, en este caso, es sobre todo superficial, condicionado, en parte, por la morfología y tamaño de partícula de este pigmento. También se policromó con azurita la media del personaje de la derecha en la tabla Princesa Eudoxia ante la tumba de san Esteban, hoy totalmente negro. Algún restaurador del pasado, para rehacer las pérdidas en esta zona, ignorando el cromatismo original, usó un pigmento negro de carbón, elemento que ha sido delatado mediante las imágenes recientes de los análisis se hiperespectrales, que permiten localizar o «mapear» sobre la obra las diferentes composiciones químicas.

En una segunda parte seguiremos el recorrido a través de las salas de Renacimiento y Barroco y Arte Moderno.

Nacimiento de san Esteban y La princesa Eudoxia ante la tumba de san Esteban. Ambos compartimentos del Retaulo de san Estban de Granollers, Grupo Vergós, 1495-1500.

Enlaces relacionados

La tabla periódica en el arte (y en las redes sociales) La cultura social. Nacho Granero (04/12/2019)

La suntuosidad de la «moda» y el brillo de los colores del gótico I Museo Nacional de Arte de Cataluña. Nuria Prat (02/19/2015)

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Restauració i Conservació Preventiva

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3 Comments

  • Miquel-Àngel Taberner dice:

    Como químico y conocedor de las reacciones de oxidación que se producen entre elementos: lo visitaré.
    El arte y la química? El arte lo crearon unos hombre y unas mujeres, y los elementos químicos los descubrieron otros hombres y otras mujeres. No sabían que se encontrarían algún día.

  • Bel dice:

    A la manera de como un prisma descompone la luz, este trabajo demuestra cómo en la pintura la belleza de la naturaleza deja su impronta a través de la obtención y utilización por el artista de los colores derivados de los elementos que la componen.
    Trabajo genial.

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