El retablo de san Antonio Abad, el ergotismo y los antonianos

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Dr. Xavier Sierra i Valentí

Este texto es un extracto del artículo «El retablo de San Antonio Abad, el ergotismo y los antonianos» que Xavier Serra i Valentí publicó en Gimbernat: Revista de Historia de la Medicina y de las Ciencias de la Salud, 2021 , vol. 75, p. 169-180.

Retablo de san Antonio Abad, Maestro de Rubió, hacia 1360-1375
Retablo de san Antonio Abad, Maestro de Rubió, hacia 1360-1375

 En las salas de arte gótico del Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) se encuentra el retablo de San Antonio Abad, del maestro de Rubió. El autor es un anónimo y enigmático artista, activo en Cataluña en el último tercio del s. XIV, a quien se otorga este nombre por su obra más destacada: el retablo de Santa Maria de Rubió

El retablo de San Antonio, fechado entre los años 1360 y 1375, es una obra de estilo italogótico, de procedencia desconocida, que fue adquirido por el museo el año 1948. Tiene unas dimensiones de 173,5 x 176,3 x 11,5 cm y está pintado al temple y dorado de pan de oro sobre madera. Sólo se conserva el cuerpo del retablo; la predela y el guardapolvo se han perdido.

La obra está dedicada a san Antonio, representado en la casilla central y a escala mayor en comparación con el resto de casillas. El santo aparece derecho, tonsurado y con una larga barba, viste con el hábito negro (probable referencia al hábito de la orden de los antonianos) y sostiene un libro con una mano. En la otra mano lleva el báculo abacial, símbolo de su dignidad eclesiástica. Encima de este compartimento central hay una casilla con una escena de la crucifixión. Las casillas de las calles laterales hacen referencia a varios episodios de la vida del santo; podemos ver un joven san Antonio repartiendo limosna a los necesitados, las tentaciones a las cuales fue sometido durante su retiro al desierto de la Tebaida, los demonios golpeándolo, Jesús indicándole el camino a seguir o la oración conjunta con san Pablo ermitaño. Pero la que más nos interesa es la casilla inferior de la calle de la derecha, en la cual ha representado a un cura (tonsurado y revestido con ropa litúrgica) atendiendo a los enfermos del llamado mal o fuego de San Antonio, a la que dedicaremos este comentario. Uno de los que espera ser atendido lleva<A[lleva|trae]> muletas, que indican que tiene afectados de los miembros inferiores.

El mal de san Antón era el nombre que se daba a la Edad Media al ergotismo, también conocido en algunos lugares como mal de san Marcial, nombre con el que aparece en muchas cantigas galaicoportuguesas medievales. El ergotismo era una intoxicación debida al cornezuelo de centeno, un hongo parásito de este cereal (Claviceps purpurea), que fue una patología muy frecuente a la Edad Media. La palabra ‘ergotismo’ deriva de la palabra francesa ergot, que se usa para designar la espuela del gallo, e indica una forma larga y cónica, como un cuerno. Las espigas del centeno parasitado presentan un pequeño cuerno negro.

Claviceps purpurea (izquierda); Un cuerpo de ergot que ha germinado para producir estructuras de palanca que liberan esporas sexuales (derecha)

El pan negro, de centeno o mezclado con otros cereales o bellotas, era el principal alimento de las clases populares; el pan blanco era privativo de las clases altas. Al moler el cornezuelo del centeno se obtiene un polvo rojizo oscuro que pasa desapercibida cuando se mezcla con la harina oscura del cereal. El alcaloide que causa la intoxicación es la ergotamina (de la cual deriva el ácido lisérgico) y que causaba alucinaciones, convulsiones y vasoconstricción arterial que podía comportar la necrosis de los tejidos y la aparición de gangrena en las extremidades, con la consiguiente amputación de los miembros.

Desde tiempos antiguos el cornezuelo de centeno era usado, también, para provocar abortos. A mediados del s. XIX, se empezaron a conocer los alcaloides activos del hongo y se observó que podían ser usados farmacológicamente, ya que, debido a la vasoconstricción, se podían parar las hemorragias del parto. Dudley y Moir aislaron la ergometrina el año 1932 y demostraron que tenía una acción uterotònica.

Compartimento inferior derecho del Retablo de san Antonio Abad, del Maestro de Rubió. A la izquierda, se ve el sepulcro del santo, sobre un altar. Un clérigo cura las llagas de un enfermo mientras otros esperan su turno.
Compartimento inferior derecho del Retablo de san Antonio Abad, del Maestro de Rubió. A la izquierda, se ve el sepulcro del santo, sobre un altar. Un clérigo cura las llagas de un enfermo mientras otros esperan su turno.

Hay constancia documental de varias epidemias de ergotismo, documentadas desde el s. IX hasta el s. XVII, que coincidieron, en general, con malas cosechas y con periodos de hambre. En estas circunstancias, los campesinos tenían una alimentación muy deficitaria, que probablemente se limitaba, en muchos casos, en algunos corruscos de pan negro contaminado. La última gran epidemia de ergotismo en Europa tuvo lugar en Francia el año 1951.

Clínicamente se pueden distinguir dos formas de ergotismo:

Ergotismo agudo. Se caracteriza por fuertes convulsiones espasmódicas en extremidades con parestesias. Esta forma está más documentada en el Norte de Europa.

Ergotismo crónico. El aspecto dominante es una intensa vasoconstricción periférica. La enfermedad empezaba con una sensación de frío intenso y repentino en las extremidades que, más adelante, se convertía en una sensación de ardor urente. Es por esta razón que también se le llamaba mal de los ardientes o fuego del infierno. La isquemia de las piernas podía conducir a la gangrena seca con trombosis o a vasculopatías en las zonas acres, como las orejas, la nariz o los dedos. La necrosis de la zona afectada generalmente se sobreinfectaba y podía comportar la amputación.

En todos los casos, el ergotismo iba acompañado de fiebre alta, complementada con extrañas visiones y alucinaciones. Entre los alcaloides de Claviceps purpurea se han aislado sustancias afines en la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), hecho que explica este trastorn. Otros síntomas que se pueden observar en algunos casos de ergotismo son sedación, hipotensión, hipotonía, vómitos, cefaleas, paraplejia y, ocasionalmente, infarto de miocardio. La muerte se produce en el 10-20% de los casos.

Aparte del retablo que comentamos, muchas otras obras de arte representan casos de ergotismo. En otros retablos dedicados a san Antonio Abad, como, por ejemplo, en el de Pere Garcia de Benavarri, del siglo XV (Colección Harding de Chicago), encontramos personajes mutilados con prótesis de pierna (probable referencia al ergotismo).

Las contracciones propias de esta patología han sido también representadas en varias obras de arte. Entre ellas, hay que citar al Cristo crucificado de Mathis Grünewald, del convento de los antonianos de Issenheim, donde se pueden apreciar las lesiones cutáneas y la distonia característica en uno de los personajes. Por otra parte, la figura de Cristo, retorcida como los enfermos de ergotismo y con una terrible expresión de dolor, probablemente está inspirada en los enfermos que eran acogidos en el hospital de los antonianos.

Retablo de Issenheim, Mathis Grünewald, 1512-1516
Retablo de Issenheim, Mathis Grünewald, 1512-1516

La pintura del Hieronymus Bosch ha sido repetidamente estudiada para representar casos de ergotismo; aparecen varias mutilaciones y el uso de muletas.

Panel central de Las tentaciones de san Antonio Abad, Hieronymus Bosch, 1501
Panel central de Las tentaciones de san Antonio Abad, Hieronymus Bosch, 1501

También encontramos alusiones al ergotismo en las Cantigas de Santa María de Alfonso X de Castilla (donde se le denomina mal de San Marcial y a las miniaturas que ilustran este texto en el Códice Rico. En la época románica también podemos ver simbolizado el ergotismo en los modillones de algunas iglesias románicas como la de Javierrelatre, que hacen alusión a los miembros amputados como consecuencia de esta patología.

La orden de los antonianos

Volviendo al retablo de San Antonio y a la escena del cura que está curando a un enfermo del mal de San Antón, hay que comentar algo sobre la orden de los antonianos, los clérigos que se dedicaban al cuidado de los efectos del ergotismo.

Es por esta razón que hay que remontarse a la llegada del cuerpo de San Antonio en Europa. Los restos del santo fueron trasladados, en primer lugar, a Alejandría desde la Tebaida -donde vivió y murió el santo- en las postrimerías del s. VI y, aproximadamente un siglo más tarde, a Constantinopla. El año 1070, Jocelyn de Châteauneuf y su cuñado Guigues Disdier, naturales del Delfinat, las trasladaron a su pueblo natal, una aldea que entonces se llamaba “La Motte-au-Bois”, a medio camino entre Grenoble y Valence. Pronto empezaron a llegar peregrinos a la tumba del santo, siguiendo la costumbre de aquel tiempo de ir a hacer peregrinaje a los lugares en los cuales se veneraban reliquias de santos para pedir ser curado taumatúrgicamente. Se difundió que el santo curaba lo que en Francia denominaban el mal de los ardientes o fuego de San Antonio. Tanta fue la afluencia de enfermos de este mal que los benedictinos del monasterio de Montmajor (cerca de Arles) recibieron el encargo de fundar una abadía en el pueblo, que desde entonces cambió su nombre y se denominó Saint-Antoine-l’Abbaye.

En 1095, el joven noble francés Guérin de Valloire, que sufría el mal de los ardientes, hizo la promesa de dedicarse al cuidado de los enfermos si conseguía curarse. Una vez obtenida la milagrosa gracia, él y su padre Gaston fundaron una pequeña comunidad de laicos, “la compañía de los hermanos de la limosna”, bajo la protección de san Antonio. Agrupados en un hospital, cuidaban de los enfermos de este mal.

La orden fue aprobada aquel mismo año por el papa Urbano II, tomando el nombre de Orden de los Caballeros de San Antonio (Canonici Regulares Sancti Agustini Ordinis Sancti Antonii Abbatis), popularmente conocidos como los antonianos o antonitas. Su hábito era negro con la letra tau azul en el pecho; y algunos autores creen que, esta letra, que aparece como símbolo del santo, hacía referencia a las muletas que usaban los enfermos de ergotismo.

Así pues, los primeros antonianos fueron una comunidad de seglares y estuvieron vinculados al monasterio benedictino de Saint-Antoine-l’Abbaye hasta que el año 1218 fueron reconocidos como orden monástica por el papa Honori III. En 1248 adoptaron la regla de san Agustín y el año 1297 Bonifacio VIII los reconoció cánones propios, en la bula Ad apostolicae dignitatis. A partir de este momento, la comunidad toma el nombre de Orden de los Canónigos Regulares de San Antonio de Viena. Pero las relaciones entre los benedictinos del santuario y los antonianos se habían enturbiado y eran a menudo conflictivas, de manera que el papa decidió resolver las diferencias expulsando a los benedictinos del monasterio, obligándolos a establecerse en la abadía de Montmajor y otorgando la exclusiva custodia del santuario y las reliquias a los antonianos, que tenían que pagar una renta al abad de Montmajor de 1.300 libras anuales como indemnización.

Hábito de los canónigos regulares de San Antonio de Viena
Hábito de los canónigos regulares de San Antonio de Viena

Y esto es justamente lo que representa el retablo del Maestro de Rubió: un canónigo antoniano que, con la ayuda de un monaguillo, lava y cura las heridas a un enfermo del fuego de san Antonio, durante el curso de un ritual delante de la tumba del santo, que aparece a la izquierda, en referencia a las reliquias de la casa madre de la orden, en Saint-Antoine-l’Abbaye.

Expansión de la orden de los antonianos

Poco después, la comunidad se expandió y abrió más hospitales en varios lugares de Francia, Italia y, sobre todo, en Flandes y Alemania. También abrieron casas a Suecia, Chipre, Constantinopla y Atenas. La congregación tuvo un gran impulso durante el s. XIV, cuando también tuvo que atender a los enfermos de peste negra, ya que la comunidad, aparte de los casos de ergotismo, atendía muchas otras enfermedades, especialmente la erisipela, que a menudo se confundía con el ergotismo. Hacia el siglo XV llegaron a tener 370 hospitales y pedidos, con más de 10.000 monjes, y de la orden salieron algunas destacadas personalidades eclesiásticas. Entre sus privilegios estaba la atención a los enfermos de la Curia Pontificia.

Los hospitales de los antonianos eran muy austeros. Normalmente tenían una cocina con refectorio o un lugar para hacer las comidas, un dormitorio, la capilla y algunos locales de servicio. Servían para hospedar a los peregrinos y los enfermos, pero, con el tiempo, el cuidado de enfermos acabó siendo la tarea primordial de los establecimientos.

En la península Ibérica se establecieron ya desde el s. XII en varias poblaciones de los reinos de Castilla y de Navarra y a lo largo del Camino de Santiago, destacando el de Castrojeriz (1146), que fue otorgado por privilegio de Alfonso VIII a los peregrinos, y que fue la sede del comendador mayor y preceptor general para la Corona de Castilla, Portugal y, más tarde, de las Indias Occidentales. Progresivamente, se abrieron hospitales en muchas otras ciudades del reino de Castilla.

En Navarra, el año 1274 se abrió la comanda de Olite, el convento-hospital que fue la sede del Comanda General de los reinos de Navarra y de la Corona de Aragón. En tierras catalanas los antonianos fundaron hospitales en Cervera, donde llegaron el año 1215, y, más adelante, en Lérida (1271), Tàrrega, Valls (1313) y Perpiñán (1319). El último establecimiento fue el de Barcelona, en 1430. También fundaron hospitales en Valencia y Orihuela. La comunidad de Mallorca se estableció en la ciudad el mismo año de la conquista, ya que el rey Jaime I les cedió unas casas de la calle San Miquel y de otras posesiones en Inca. El s. XV, la iglesia de San Antoniet de sa Puerta (llamada así por estar situada al lado de una de las puertas de la muralla) pasó a depender de la comunidad de antonianos.

Los antonianos, no llegaron a Barcelona hasta el s. XV, y se establecieron cerca del portal de la muralla de poniente, donde construyeron un hospital, una iglesia y un convento el año 1430. Se encargaban del control sanitario de los forasteros que llegaban a la ciudad. El de Barcelona fue el último convento en funcionamiento de la Península como consecuencia de un retroceso en la orden, a partir del siglo XVII, cuando se empezó a relacionar el origen del ergotismo con el cornezuelo de centeno. En los reinos hispánicos, la orden había desaparecido el año 1791, cuando Pío VI la disolvió a petición de Carlos III: los bienes y rentas de la orden pasaron a ser de los hospitales, de las iglesias y de los ayuntamientos de los lugares donde radicaban las fundaciones. El papa Pío VII integró posteriormente los antonianos en la Orden de Malta.

Aun así, algunos antonianos siguieron en el convento de Barcelona hasta el año 1806.

Portalada de la antigua iglesia de san Antonio Abad de Barcelona, después del incendio de 1909. (Foto: Àngel Toldrà Viazo).
Portalada de la antigua iglesia de san Antonio Abad de Barcelona, después del incendio de 1909. (Foto: Àngel Toldrà Viazo).

Dintel del hospital antoniano de Barcelona. Arxiu Provincial de l’Escola Pia de Catalunya (APEPC 11-17-22 caja 2 núm. 26)

El cuidado de los enfermos del fuego de san Antonio

Cuando un enfermo era acogido en uno de los hospitales, los antonianos procedían a varios rituales y tratamientos.

El primero que se practicaba era un lavado ritual y, a continuación, la untura de las heridas con manteca de cerdo. Esta es, probablemente, la escena que representa el retablo del maestro de Rubió. El monaguillo sostiene un recipiente con manteca de cerdo, con la cual el antoniano unge las heridas de un enfermo. Este cuidado higiénico actuaba como emoliente y reducía el riesgo de sobreinfección de las zonas necróticas. El uso de la manteca de cerdo se vinculó de tal manera con las prácticas de los antonianos, que pronto el cerdo se convirtió en un animal emblemático del santo, que figuró en la iconografía, acompañado siempre por este animal, y de aquí derivó también el nombre de Sant Antoni del Porquet, muy vivo todavía en Cataluña.

Compartimento inferior derecho del Retablo de san Antonio Abad, del Maestro de Rubió. Detalle del monaguillo con el recipiente

A las representaciones de San Antonio, aparte del cerdo, se pueden encontrar otros atributos alusivos al ergotismo, como miembros amputados o llamas (en referencia al dolor urente causado por la enfermedad) y, sobre todo, la tau o el bastón en forma de tau, convertido en el símbolo por antonomasia del santo. Otro atributo era la campanilla, que a veces encontramos colgada del báculo del santo, y que era una especie de amuleto usado para alejar a los demonios.

Un aspecto fundamental del tratamiento era la dieta. Los antonianos daban a los enfermos pan elaborado únicamente con harina de trigo. Como se alimentaban con pan de trigo, que no podía estar contaminado por el parásito del centeno, los enfermos mejoraban. Tenemos noticia de los panes de San Antonio, marcados siempre con el símbolo tau desde el s. XI. Todavía hoy se distribuyen ritualmente en muchas iglesias el día de San Antonio Abad, el 17 de enero.

Los enfermos recibían también al santo vino, que se guardaba en las bodegas de los hospitales. Era un vino que había estado en contacto con las reliquias del santo el día de la Ascensión. Todos los establecimientos antonianos poseían algunas de estas reliquias. El santo vino era de alta graduación alcohólica y contenía, además, costosos y exóticos ingredientes añadidos, como mirra, oro o azúcar. Además de ser ingerido, el vino se usaba tópicamente para las lesiones cutáneas de los enfermos y debió tener una cierta acción antiséptica y epitelitzante.

Grabado que representa San Antonio Abad con sus atributos: miembros amputados, colgados a la parte superior; enfermos de ergotismo mutilados o con muletas; l tau del báculo y del hábito; campanillas (en el báculo o portadas por los enfermos). En la parte de abajo se representan esquemáticamente las llamas (referencia al dolor urente del “fuego de San Antonio”) y el cerdo. Algunos enfermos llevan ofrendas o exvotos. Xilografía alemana del siglo XV. (Fuente: “Santos sanadores”. Barcelona: Laboratorios Ciba, 1948).

Finalmente, los hospitales de San Antonio disponían de expertos cirujanos que colaboraban. Los monjes antonitas, sin embargo, no podían realizar estas intervenciones directamente, ya que por disposición del Concilio de Tours (1163), los clérigos no podían ejercer la medicina y, todavía menos, la cirugía y los actos cruentos. Una de las técnicas usadas habitualmente era el método de la aserradura, que se realizaba con una sierra caliente sobre el miembro afectado. Los miembros amputados eran desecados y exhibidos en las puertas de los hospitales, hecho que les atribuyó el nombre de «hospitales de los desmembrados”, con el que a menudo se conocían. El Hospital de la Orden de San Antonio en Viena, ya bien avanzado el s. XVII, disponía de una abundante colección de miembros, unos enlucidos y otros ennegrecidos por la necrosis, como exvoto de los enfermos que habían recibido asistencia. Como los miembros necrosados —que también podían ser usados por los enfermos amputados— estaban afectados por una gangrena seca, no se corrompían, y es por esta razón que los mendigos, que cuando abandonaban el hospital se encontraban abocados a la mendicidad, los exhibían para conmover a la gente y conseguir, así, más limosnas. Eso se puede ver representado en algunas obras de arte como el Jardín de las Delicias del Hieronymus Bosch, o en el tapiz de la Marcha de San Martín (s. XVI) conservado en el Escorial.

Xilografía alemana coloreada representando una amputación por el método de la “serrería”

En definitiva, el retablo de San Antonio del maestro de Rubió nos ilustra sobre un interesante capítulo de la historia de una enfermedad, el ergotismo, que causó estragos durante muchos siglos, y constituye un documento visual, artístico e histórico del papel de los antonianos en el tratamiento de los que sufrían la intoxicación por el cornezuelo de centeno.

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