De Cataluña a Ucrania. Del 1936 al 2022. Guerras y patrimonio

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Mireia Capdevila i Francesc Vilanova

Comisarios de la exposición ¡Museo en peligro! Salvaguarda y orden del arte catalán durante la guerra civil, Museu Nacional d’Art de Catalunya, julio 2021 – febrero 2022

Del otoño de 1934, con la creación de un museo de arte moderno, funcional, integral, al servicio del país y gracias al esfuerzo de personalidades como la de Joaquim Folch i Torres, al desmontaje de los museos de Kiev y otras ciudades ucranianas, en la primavera de 2022.

Entre una fecha y otra hay más de ochenta años de distancia, pero con las imágenes de los primeros días del conflicto en Ucrania inevitablemente volvíamos atrás, siguiendo los pasos de esas personas que crearon museos, que preservaron patrimonios y que, debido a las violencias del mundo contemporáneo, tuvieron que recoger, proteger, esconder, en definitiva, salvaguardar no solo obras de arte y patrimonio material, sino la memoria y la identidad de comunidades nacionales, su pasado y su historia.

“… una guerra en la cual la destrucción del patrimonio cultural del país o pueblo enemigo ha sido utilizada como un medio para dominarlo, aterrorizarlo, dividirlo o erradicarlo por completo. El objetivo aquí no es tanto la derrota de un ejército enemigo […], sino la consecución de una limpieza étnica o genocidio por otros medios, así como la reescritura de la historia en función de los intereses de un vencedor deseoso de afianzar sus conquistas.”

Robert Bevan, La destrucción de la memoria. Arquitectura en guerra, s.ll., La Caja Books, 2019, p. 10

Estos son algunos de los elementos que se comentaron en una charla a varias voces en el Museu Nacional d’Art de Catalunya el 12 de mayo de 2022. La actividad, coordinada por los Amics del Museu Nacional en colaboración con la Fundación Carles Pi i Sunyer, era una propuesta solidaria organizada con el objetivo de recaudar fondos para la acogida e integración de personas refugiadas y solicitantes de protección internacional que llegan a Cataluña. Gracias a todas las personas que colaboraron, se recaudaron 900 €, que ya se han donado a la Cruz Roja.

¡Los museos en peligro!

¿Qué podía vincular la experiencia de un museo catalán (de hecho, el museo catalán por excelencia) con las vicisitudes de los museos y grandes centros europeos en los años 1939-1945, las destrucciones de patrimonio en todo el mundo (de Yemen a Siria, de Afganistán a Tombuctú, pasando por Irak o Bosnia, por citar solo algunos de los ejemplos más conocidos) y, al fin, la primavera bélica ucraniana de 2022?

El vínculo es evidente: las guerras y las violencias (revolucionarias o no, espontáneas o planificadas y dirigidas). El siglo xx mundial, como explicamos en aquella charla, significó un salto cualitativo importantísimo, que desmiente el principio de progresión moral de la humanidad. En poco más de cien años, hemos podido ver imágenes de todo tipo de guerras y violencias, en las que las destrucciones humanas (muertos, heridos, rehenes, desplazados, etc.) siempre están a la cabeza. Detrás de ellas y de las conquistas territoriales, las destrucciones de los patrimonios de la humanidad: libros, arte, monumentos, paisajes, instrumentos culturales. Todo lo que constituye una sociedad organizada y mínimamente civilizada (culturizada): la gente y su riqueza, material e inmaterial. Robert Bevan explica bien el sentido que tiene esta derivada de la guerra y la violencia (la secuencia podría ser: conquista de un poder o de un territorio; castigo sobre la población, civil o militar; destrucción o incautación de su patrimonio).

Tenemos a mano las imágenes de la Gran Guerra en Europa: Reims arrasada; bibliotecas quemadas; arte perdido. Pero después habría que sumar las guerras y violencias en casi todos los continentes del mundo. ¿Hemos hecho balance de las destrucciones de las guerras coloniales europeas? ¿Qué se destruyó en la guerra previa a la guerra mundial en Asia, cuando Japón empezó a construir la llamada Esfera de Prosperidad Asiática al precio de conquistar a sangre y fuego buena parte de la China continental? Conocemos bastante bien el catálogo de destrucciones, robos y saqueos de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Deberíamos repasar y ver la destrucción de patrimonio en otros lugares del mundo. Destrucción hubo, y mucha. El patrimonio, bajo cualquier forma, se ha convertido en otro instrumento de castigo, un rehén en manos del enemigo.

“A pesar de las dificultades que el salvamento ofrecía, el personal del Museo (y algunos colaboradores voluntarios que al mismo se habían unido) no cejaron en la noble empresa que se les había señalado, y ello sin disponer de fuerza armada que les protegiera. Cuando se pedía fuerza, contestaban que no había disponible, de manera que, según frase que se propaló aquellos días entre el personal afecto al servicio, se trataba de llevar a cabo una tarea en algo parecido al intento de ‘hacer abrir las ostras por la persuasión’. / En cada una de las poblaciones […] no faltó, en el momento de mayor peligro, un pequeño núcleo de ciudadanos beneméritos, amigos del arte, que acudió a evitar la destrucción. Alrededor del personal del Museo local (donde lo había) o de la Escuela de Bellas Artes (donde existía), se sumaron los voluntarios, constituyendo ‘Comités’ o sin constituirlos, que hicieron comprender a los revolucionarios que incendiaban la barbaridad que iban a cometer.”

Joaquim Folch i Torres, 1939

Diferentes instalaciones del British Museum afectadas por la guerra y el blitz. Como hizo el Museu Nacional en los primeros meses de la Guerra Civil española en Barcelona, el British Museum creó sus depósitos de seguridad en los sótanos del edificio. Sin embargo, como si se siguiera la experiencia catalana, algunas de las colecciones (también ocurrió con la National Gallery o la Tate) fueron trasladadas a depósitos muy alejados de Londres. Algunos rincones del País de Gales fueron especialmente adecuados para esta misión © British Museum

“En plena lluita, ciutadans anònims arrencaren d’entre les flames retaules, imatges i objectes sagrats i, en ple tiroteig, exposant la vida, […] ho traslladaren a la Generalitat.”

Miquel Joseph i Mayol, 1971

A diferencia de lo que sucedería en Europa después de 1939, el caso catalán (y el español, por otro lado, al menos en el territorio republicano) tuvo una singularidad: la salvaguarda y orden de patrimonio se llevó a cabo para preservarlo, en primer lugar, de una explosión revolucionaria sin precedentes, que había empezado arrasando todo tipo de patrimonio cultural religioso (iglesias, archivos eclesiásticos, museos, edificios religiosos, etc.), y que podía continuar con la destrucción masiva de colecciones privadas (burguesas) o el arte de la burguesía (museos como el de Art de Catalunya). En segundo lugar, la salvaguarda era imprescindible frente a la agresión fascista (la misma que había propiciado la explosión revolucionaria), sobre todo los bombardeos sobre poblaciones civiles y centros urbanos. Y el Museu d’Art de Catalunya estaba en un lugar especialmente vulnerable, en la montaña de Montjuïc, demasiado cerca del castillo y de las grandes instalaciones portuarias.

La exposición ¡Museo en peligro! Salvaguarda y orden del arte catalán durante la guerra civil quiso contar una parte de esta historia, con imágenes y obras, y, ante todo, hacer una reflexión que también sirve para Ucrania estos días: salvaguardar vidas y patrimonio es una operación de Estado, que va más allá de resguardar unas obras de arte, unos edificios, junto con proteger a los ciudadanos agredidos. Es un signo de cierta civilidad, de una mínima sensibilidad cultural y colectiva.

Ver las imágenes de la protección y evacuación de obras de todo tipo y condición de los museos ucranianos es trasladarnos a Barcelona a finales de 1936; al Louvre en otoño de 1939; a la National Gallery, en Londres, en 1940, en pleno blitz; en San Petersburgo, donde se vació el Hermitage en pleno asedio del ejército alemán.

Los trabajos de salvaguarda no evitaron las pérdidas de obras y patrimonio. La maquinaria bélica siempre ha sido capaz de imponerse a la razón y a la civilidad. Lo hemos visto en todas partes: en Palmira, en Afganistán, en Irak, en los conflictos caucásicos, en la biblioteca de Sarajevo. Y si no se puede utilizar la excusa de los “daños colaterales” en un acto bélico, siempre existe la motivación ideológica: los nazis y fascistas quemando libros; los islamistas radicales destrozando colecciones de museos. Y la relación sería bastante larga.

De Cervera, en el verano de 1936, a Lviv, en la primavera de 2022. Sea víctima de la violencia revolucionaria o de una guerra de agresión, el patrimonio cultural (arquitectura, obras de arte, arte popular, monumentos, etc.) se ha convertido en un objetivo de guerra, casi tan importante como el control del territorio y el sometimiento de las comunidades agredidas y conceptuadas como enemigas. ©AFB. Autor desconegut / @AP

En Cataluña, entre 1936 y 1939, la Generalitat empleó una cantidad ingente de esfuerzos y recursos para preservar el patrimonio artístico del país. Lo hizo de diversas formas y con estrategias complementarias: desde la creación de grandes depósitos en lugares seguros de la retaguardia hasta las dos exposiciones de arte medieval catalán en París (Jeu de Paume y Maisons-Laffitte). Se salvaguardó, ordenó, clasificó, registró, restauró, explicó y descubrió. Toda una política de gestión del patrimonio cultural colectivo de primerísima categoría. Los monuments men pioneros estuvieron en Barcelona, Lleida, Manresa, Tortosa, Vic, Tarragona, Girona o Castelló d’Empúries. Después, pocos años después, llegarían a Francia los monuments men norteamericanos.

Proteger el patrimonio cultural se basa en leyes y técnicas universales. Lo que se hizo en Cataluña en los años 1936-1939, se repitió en Europa a partir de 1939. A la izquierda, cajas con obras de arte, perfectamente registradas, en el Mas Descals (Alt Empordà). Debajo, guardando cuadros en cajas de madera en el Museo del Louvre, en otoño de 1939.. ©Arxiu de l’IEC. Aj. Girona-CRDI (Fons Joan Subias i Galter) / @Musée du Louvre

En Ucrania, sobre todo en Kiev, funcionarios y ciudadanos, académicos y profesionales embalan, guardan y protegen retablos y cuadros, esculturas y piezas de orfebrería; encajan libros y tallas. Las imágenes que nos llegan nos trasladan directamente a Barcelona, Olot o Darnius. Su historia y la nuestra es la misma.

Verano de 1936. Depósito de libros salvaguardados en Barcelona. Difícilmente las autoridades británicas podían conocer la experiencia catalana en salvaguarda de patrimonio en tiempos de guerra y revoluciones, pero algunos expertos británicos habían viajado a Cataluña en los primeros meses de la guerra y, quizá, llevaron información de primera mano. Definitivamente, todo lo que se probó, con éxito, en Cataluña, fue replicado en otros lugares de Europa a partir de 1939. @AFB. Autor desconegut

Cuando las tropas franquistas llegaron a La Jonquera, el 10 de febrero de 1939, los responsables del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (José M. Muguruza, Luis Monreal, etc.) se limitaron a recoger todo aquel patrimonio que la Generalitat había reunido, ordenado y preservado. No tuvieron que hacer nada. Después, gente como Muguruza y Monreal mentirían continuamente sobre el hecho de que los “rojos” habían robado, saqueado, destruido, etc. Era el privilegio de los vencedores. Es de esperar que los ucranianos no tengan que pasar por esta amarga experiencia. Que, cuando puedan desembalar de nuevo las obras y devolverlas a sus sitios en los museos, puedan hacerlo con la satisfacción de no haber perdido la guerra, ni siquiera la libertad personal. No se puede repetir en Ucrania la experiencia de 1939 en Cataluña. Sería un regreso a la barbarie de los fascismos europeos del siglo xx. Porque la barbarie, la destrucción, y los fanatismos políticos e ideológicos también son parte de lo que se ha llamado la civilización europea.

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Coordinadora de l’Arxiu Carles Pi i Sunyer

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