Albert Estrada-Rius
Nos acercamos a la clausura de la exposición Historias metálicas. Arte y poder en la medalla europea. Hablaremos hoy de los 300 años sin el rey Sol, recordados gracias a la medalla.
Francia ha impulsado este otoño diversas iniciativas para conmemorar, con toda la pompa y el lucimiento adecuados, los 300 años de la muerte de uno de sus monarcas más célebres. Exposiciones, una serie televisiva y varias publicaciones nos recuerdan que Luis XIV el Grande –el rey Sol– se eclipsaba en su lecho de muerte el 1 de septiembre de 1715 en su posesión más preciada; es decir, el Palacio de Versalles, que había erigido, con implicación de todas las artes, en mitad de una marisma desierta. El rey moría asegurándose un recuerdo perpetuo gracias, entre otras muchas acciones, a la acuñación de casi trescientas medallas conmemorativas de las gestas de su reinado y del libro impreso que las recogía y comentaba su historia metálica. La Revolución francesa pudo destruir las estatuas ecuestres del soberano repartidas por todo el reino, pero no pudo eliminar la gran cantidad de medallas en circulación por toda Europa.
El legado del larguísimo reinado de 72 años del monarca es enorme y variado. Luis fue rey de Francia y de Navarra (1643-1715) pero no podemos olvidar que en plena infancia, a la muerte de su padre Luis XIII y mientras duró la Guerra de los Segadores, también fue temporalmente conde de Barcelona (1643-1652). Además, agregó definitivamente a su reino, como resultado de la Paz de los Pirineus (1659), lo que hoy se conoce como Cataluña Norte –condado del Rosellón y una treintena larga de pueblos del condado de Cerdaña–.
Es bien conocido que el rey hizo una habilísima e intensa utilización de todas las artes al servicio de su poder absoluto y protegió a una plétora de grandes colaboradores que destacaron en música, teatro, literatura, jardinería y, en general, en todas las artes plásticas.
Todas las artes estaban promocionadas al servicio de la exaltación del rey y de Francia como se ve, por ejemplo, en el argumento de la película Le roi danse (2000). La historia no podía quedar al margen de ello y el soberano se aseguró que los principales acontecimientos de su reinado quedaran bien recordados a través de diversas obras de arte. En Versalles, por ejemplo, los pintores inmortalizaron algunos de estos acontecimientos en el techo de la Gran Galería, llamada de los espejos, y en otros espacios. También fue muy ambiciosa la historia del rey tejida en una serie de suntuosos tapices en los talleres reales de los Gobelinos. Aunque, ningún otro medio se reveló más útil en la finalidad propagandística que las medallas.
Justamente, uno de los ejercicios más interesantes es comparar algunos de los acontecimientos tratados en los tres medios aludidos –pintura, tapicería y medalla– para ver su respectiva resolución. Para captar el mensaje de los edificios, monumentos, pinturas o tapices, sin embargo, era necesario estar ante las piezas. La medalla y los grabados, por su formato, viajaban por todas partes y allí donde se encontraban difundían la imagen del rey a un precio mucho más reducido
Acuñar un disco de metal para convertirlo en una medalla era un gesto que procuraba la trascendencia y la inmortalidad. Las medallas tenían un formato que desafiaba el tiempo y la prueba eran las monedas romanas que se recuperaban intactas, mientras que el resto del mundo antiguo todo eran fragmentos y ruinas. La invención de la prensa de volante en la fabricación de medallas permitió, además, la multiplicación de ejemplares sin fin y, en definitiva, convertir la medalla en un arte seriado como era el del grabado calcográfico. Las series de medallas fabricadas con volantes en diversos metales pudieron ser utilizadas como regalo diplomático. Todavía se conservan en la Monnaie de París estas pesadas prensas de bronce que, en sí mismas, también son una obra de arte por sus relieves alegóricos. Para dar mayor verismo a su obra, mientras que en el reverso se muestra el acontecimiento a recordar, en el anverso se representa al rey a la edad que tenía cuando se produjo el acontecimiento. Por lo tanto, se resigue la evolución vital del rey desde la tierna edad de cuatro años hasta sus últimos días en una docena de retratos diferentes.
El monarca decidió pasar a la posteridad a través de la fabricación de una serie de medallas en la que cada pieza tenía la función de lo que hoy en día sería un fotograma en una película. Se trataba de un proyecto de larga duración y que no tenía final, por lo que creó la pequeña academia a la que confió la supervisión de las iconografías, inscripciones y plasmación plástica de todo el conjunto. Muy pronto, sin embargo, sus enemigos tuvieron que contrarrestar estos efectos con la acuñación de sus propias series de medallas, como por ejemplo Guillem de Orange, o bien Carlos VI de Áustria. Habían nacido las guerras metálicas al servicio de la diplomacia y de la propaganda política.
El seguimiento de la serie, tanto en las medallas acuñadas como en los libros que recogen las imágenes grabadas y una explicación impresa, nos permite descubrir acontecimientos muy variados. Nacimientos, alianzas matrimoniales, defunciones, tratados y paces y acontecimientos diplomáticos, victorias militares, inauguraciones de obras públicas que forman parte del repertorio temático. Entre estos podemos volver a encontrar, directamente vinculados a Cataluña, los hechos referentes a la citada Guerra de los Segadores, la de los 9 años y, por último, la de Sucesión. El tratamiento suele ser muy académico y clásico con alegorías y un recurso constante a la mitología. Sin embargo, también hay detrás un trabajo de investigación histórica tanto geográfico como etimológico o heráldico. Así se alude a Barcelona a través de Hércules sujetando el escudo de la Ciudad Condal como su fundador mítico o la ubicación de Tortosa a los pies del Ebro, por citar dos ejemplos presentes en la exposición.
En algunos museos catalanes también se conservan ejemplares de la serie en distintos módulos editados y el repaso de las colecciones antiguas permite encontrar piezas sueltas en unos y otras. En definitiva, la historia metálica de Luis XIV no es una pieza exótica, sino que tiene una larga vinculación con Cataluña que la exposición del Museu Nacional ayuda a recuperar en el contexto más general de las historias metálicas como manifestación cultural europea única y en la actualidad casi olvidada.
Gabinet Numismàtic de Catalunya