Martí Casas
¿Os habéis preguntado alguna vez por qué los catalanes “fem dissabte” (‘hacemos sábado’)? ¿O por qué comemos buñuelos en Cuaresma? ¿O por qué hacemos una gran fiesta pública en la matanza del cerdo, un alimento esencial de nuestra cocina, pero no en la matanza del cordero o del ternero, animales que también forman parte de nuestro corpus gastronómico tradicional? Estos son algunos de los ejemplos que el poeta y hebraísta Manuel Forcano compartió con nosotros el pasado mes de abril en las salas de arte gótico del museo. Nos habló de la persistencia del legado judío en Cataluña, a pesar de los más de 500 años transcurridos desde su expulsión, y nos guio entre los testigos que han permanecido en el arte.
La historia de los judíos en Cataluña
La historia de los judíos en Cataluña, según algunas fuentes, se remonta al siglo I dC con la llegada de las primeras comunidades. Sea en ese momento o más tarde, de lo que no hay duda es de que los judíos se establecieron en tierras catalanas antes de que Cataluña fuera Cataluña y los catalanes, catalanes. Su presencia fue sólida y estable, se extendió a casi todos los puntos de la geografía catalana y se prolongó durante prácticamente 1.500 años. Sin embargo, no fue casi nunca una existencia tranquila ni calmada: desde el momento en el que el cristianismo se convierte en la religión hegemónica y oficial, los judíos serán vistos con profundo recelo. En la mayoría de épocas serán, como mucho, tolerados, y aunque no se les persiga, no serán nunca aceptados totalmente ni se les permitirá integrarse plenamente en la sociedad.
Todo indica que los primeros siglos fueron muy apacibles, hasta el punto de que el judaísmo ganó adeptos y generó un número considerable de conversiones que irritaron y preocuparon a la Iglesia católica. Entonces las dos religiones, con un importante tronco común, no eran tan diferentes y el paso de una a la otra era más fácil.
La llegada de los visigodos en el siglo V, en principio, no perjudicó a los judíos porque los nuevos invasores eran arrianos, una confesión cristiana oriental. Pero cuando estos se acaban convirtiendo al catolicismo, Iglesia y Estado iniciarán un primer período de represión y persecución contra los judíos, que se salvarán por el inicio de la invasión musulmana de la península Ibérica en el 711.
En la Cataluña bajo dominio musulmán los judíos vivirán uno de los períodos más felices. Los árabes respetan su fe y les permiten profesar con libertad. Mientras tanto, en la Cataluña condal, y bajo el reinado de Jaime I, los judíos catalanes en territorio cristiano también viven un momento bastante favorable, con la presencia destacada de muchos miembros ilustres en la corte como consejeros al servicio del rey.
Esta época de tolerancia, en ambas partes de la frontera de la Reconquista, favorecerá la creación literaria e intelectual y hará posible que florezcan grandes figuras de la cultura judía en Cataluña. Forcano destacó al poeta y matemático tortosino Menahem ben Saruq, autor del primer diccionario hebreo, y al rabino Shlomo ben Adret, director de la academia talmúdica de Barcelona, que nos ha legado más de 3.000 respuestas a dudas y consultas que le plantearon judíos de todo el mundo.
A pesar del buen trato del rey Jaime I a los judíos, al final de su reinado ni el mismo monarca pudo evitar la imposición de medidas cada vez más represivas contra el pueblo de David. Será el preludio de un nuevo siglo, el XIV, el más nefasto de la historia del judaísmo en Cataluña. Ya antes del inicio de esta centuria, se obligará a los judíos de todo el Principado a ir marcados con una vestimenta o unos elementos específicos que los diferencien de los cristianos. Como apunta Forcano, si era necesario distinguirlos quería decir que físicamente no había ninguna diferencia étnica o racial entre unos y otros. Esta marca, ya sea una capa con capucha como en Barcelona o la que se decrete en cada ciudad, favorecerá la estigmatización de los judíos y les dificultará enormemente la vida diaria.
Por otra parte, después de décadas de expansión económica y social, el siglo XIV es una época de crisis y desastres, en el que se encadenarán plagas, pestes y terremotos. De todos estos males se culpará a los judíos y el odio antisemita se irá acentuando en la sociedad cristiana, atizado por parte de la Iglesia y las órdenes de predicadores. Un antisemitismo que culmina en 1391 con una gran ola de ataques masivos a juderías de toda la corona que, a pesar de los intentos del rey por evitarlos, diezmaron gravemente y de manera irreversible las aljamas.
Tras estos ataques, el siglo XV resulta una agonía para los judíos catalanes. Muchas juderías desaparecen y quedan pocas familias, porque la mayoría han muerto, se han exiliado o se han convertido. El decreto de expulsión de 1492 es sólo la puntilla que certifica el fin oficial de la presencia judía en Cataluña. Las conversiones forzadas de gran parte de las comunidades, sin embargo, no alejarán la amenaza de la violencia sobre los judíos conversos, que, en vez de ver recompensado su sacrificio, serán sospechosos perpetuos a los que vigilar cuidadosamente.
La acusación de prácticas judías, formulada con mala intención por cualquier persona del entorno, podía hacer que cayera la crueldad implacable del tribunal de la Inquisición sobre cualquier cristiano, converso o no. Dentro nacerán ciertas prácticas sociales con que la población más susceptible de ser acusada de falsa conversión quería proclamar públicamente que no practicaba la fe ni seguía con las tradiciones judías. Por eso se hace sábado, limpiando de forma ostentosa y más intensa en el día sagrado de los judíos, para que a todos les quede claro que no se preserva su fiesta. Y se comerán buñuelos en Cuaresma, para que todos sepan que en los días cercanos a la Pascua judía nadie consume pan ácimo, sin levadura, tal como correspondería. Y se hace fiesta para la matanza del cerdo, invitando a familiares y vecinos, para que todos en la región vean que en aquella casa no se contempla la prohibición de consumir carne de cerdo, tal y como establece la ley judía. Y décadas y siglos después del fin oficial del judaísmo en Cataluña, aún preservamos y perpetuamos tradiciones nacidas del miedo profundo de ser acusado de judío.
Testimonios gráficos en la colección
Un paseo por las salas de arte gótico del museo permite constatar que prácticamente todas las obras anteriores a la expulsión de los judíos estaban destinadas al culto cristiano. Por ello, muchas ofrecen una imagen especialmente negativa de los judíos y del judaísmo, con la voluntad de “degradarlos” y presentarlos como un grupo humano totalmente diferente de los cristianos, que concentra y acumula los peores defectos: fealdad, suciedad, ridiculez, etc. En muchas de estas obras los judíos aparecen caracterizados de acuerdo con los estereotipos físicos que se empezaron a difundir en este momento y que hoy, desgraciadamente, todavía están en gran parte vigentes, aunque no tengan ningún fundamento sólido.
Tal y como hizo notar Forcano, esta representación distintiva de los judíos nunca se extenderá a Jesús, los apóstoles ni a ninguna de las figuras sagradas del cristianismo, aunque todos ellos también eran judíos a todos los efectos. Solo se diferenciará a aquellos judíos que aparecen en la historia sagrada que no se convierten a la nueva religión. Unos personajes que, en muchos casos, son los principales antagonistas de Cristo, como los sacerdotes del Templo. Este tratamiento diferenciado de los judíos aparece muy pronto en el arte catalán.
Uno de los testimonios más antiguos que conserva el museo es la Viga de la Pasión, donde los judíos aparecen con el rostro totalmente negro, como si fueran africanos, siguiendo una antigua tradición bizantina. Es posible que este particular código racial para los judíos estuviera vigente hasta finales del siglo XIII, ya que, en las pinturas de la conquista de Mallorca, aparece un personaje negro en lo alto de una torre donde está izada una bandera con la estrella de David. Aunque entonces este símbolo no se asociaba en exclusiva al pueblo judío, el papel determinante que los judíos mallorquines tuvieron en la conquista podría reforzar esta identificación.
La aprobación, a finales del siglo XIII, de las primeras disposiciones en las que se obliga a los judíos a llevar uno o más elementos distintivos cuando salían de la judería hará innecesaria la diferenciación racial en las obras de arte: bastará con representarlos con los ropajes que se les imponían en los espacios públicos en Cataluña. En la mayoría de tablas góticas del siglo XIV y XV del museo, los judíos aparecen vestidos con las ropas obligatorias en la ciudad de Barcelona: la mencionada capa rotunda, que cubría todo el cuerpo y llevaba capucha. Un ejemplo lo podemos ver en la escena de Jesús entre los doctores del Retablo de la Virgen, procedente de Sixena.
Siguiendo el recorrido, el tratamiento plástico de los judíos en el gótico catalán empeora a medida que se avanza en el tiempo. En las obras de la primera mitad del siglo XIV, aunque están representados de una manera que casi podríamos calificar de “neutra”, a pesar de que los encontramos en escenas muy críticas con el pueblo de David. Es cierto que visten las ropas que los estigmatizaban, particularmente las capas rotundas, pero esa es la forma en que los cristianos de la época, incluidos los pintores, estaban acostumbrados a verlos en la calle, fuera de la judería. Más allá del elemento distintivo de la ropa, los rostros y las facciones de las figuras identificadas como judíos tienen un tratamiento y unos detalles equiparables a los de los personajes cristianos. Las figuras judías que aparecen en el retablo y el frontal del Corpus Christi así lo testimonian.
Esa aparente igualdad entre cristianos y judíos en la representación de los rostros cambiará drásticamente a partir de mediados del siglo XIV. En las obras de los hermanos Serra, por ejemplo, las facciones de las figuras identificadas como judíos ya empiezan a adquirir los rasgos que les han atribuido los tópicos: narices grandes y aguileñas, mentón prominente y barbas largas y espesas. Su expresión facial se irá haciendo más agria. Se inicia así una tendencia que se acentuará cada vez más y que llegará hasta extremos casi esperpénticos.
En el cambio de siglo, los rostros de los personajes judíos ya están plenamente caricaturizados, con el objetivo de mostrar la máxima degradación física de la comunidad que representan. Forcano señaló varios testimonios significativos. Uno de ellos es la tabla de la Resurrección de Cristo del retablo mayor de Santes Creus, de Guerau Gener y Lluís Borrassà, donde uno de los soldados que vigila la tumba de Jesús aparece representado con rasgos porcinos, una elección singular pero nada casual si tenemos en cuenta que los judíos tenían prohibido comer este animal, y que el consumo de carne de cerdo era uno de los rasgos sociales que diferenciaba más claramente a los cristianos de los judíos.
En la escena del Beso de Judas, del Maestro de Retascón, los rasgos físicos supuestamente semitas tanto del célebre traidor como los soldados que detienen a Cristo se aprecian muy claramente: piel de color cenizo, nariz grande y aguileña, mentón prominente. También llama la atención la profunda mirada de odio que el autor ha sabido representar en los ojos y las facciones de todos estos personajes. Lo único que disculpa un poco al artista es que, en este caso, curiosamente, la figura de Jesús también parece reproducir los tópicos físicos atribuidos habitualmente a los judíos.
Más allá de observar la degradación progresiva de la representación artística de los judíos, Manuel Forcano también señaló la dureza de los hechos que se les atribuyen en las escenas donde están representados. Los miembros del pueblo de David aparecen de forma clara y explícita principalmente en dos tipos de escenas: las disputas teológicas, que evidentemente terminan siempre con la victoria dialéctica de los representantes del cristianismo, y los supuestos sacrilegios de los judíos contra los símbolos sagrados de los cristianos, principalmente la hostia consagrada. Es significativo el protagonismo de estos dos temas, porque tanto uno como otro reflejan realidades muy presentes en la edad media en Cataluña. En la Corona de Aragón se impulsaron varias disputas teológicas y existen diversos procesos judiciales documentados contra judíos, acusados de haber profanado símbolos cristianos. Los retablos góticos, por lo tanto, simplemente recogen y se hacen eco de situaciones que generaron debate y controversia en el mundo cristiano de la época.
Las disputas teológicas representadas en los retablos góticos del museo no son contemporáneas a las obras, sino que reproducen debates religiosos que aparecen narrados principalmente en el Nuevo Testamento, vinculados a la vida de Jesús o la de san Esteban. En las salas se encuentran varios ejemplos. La disputa del niño Jesús con los doctores es una escena que aparece habitualmente en ciclos iconográficos sobre la vida de Jesús y la Virgen, que en el museo está muy bien representada en el Retablo de la Virgen de Sigena.
La escena que más encontramos es la disputa de san Esteban con el Sanedrín, un episodio narrado extensamente en el libro de los Hechos de los apóstoles y que acaba con el martirio del santo, ya que los sacerdotes, enfurecidos porque no pueden derrotarlo dialécticamente, ordenan lapidarlo. En la mayoría de estas escenas los judíos aparecen representados en actitudes muy agresivas, tapándose los oídos o rasgando las escrituras en señal de desaprobación. En otros, como en la tabla de Ferrer y Arnau Bassa, encontramos, por el contrario, algunos judíos con una actitud de clara desolación, como si se creyeran derrotados por los argumentos teológicos de Esteban.
Pese a tratarse de episodios del Nuevo Testamento, los cristianos de la época veían en estas escenas una clara referencia a las diversas disputas o controversias que tuvieron lugar en territorio catalán en la baja edad media, donde siempre se confrontaban los argumentos de un líder judío de referencia con los de un judío converso al cristianismo. Destacan especialmente dos: la de Barcelona del año 1263, en la que los judíos tuvieron libertad de palabra y para muchos de los presentes ganaron la disputa dialéctica, por lo que su ponente, Nahmánides, se tuvo que exiliar. Y la de Tortosa de 1414, mucho menos equilibrada, donde los rabinos judíos asistieron por la fuerza y, después de 67 sesiones, fueron obligados a firmar un documento donde reconocían sus errores y, en muchos casos, a convertirse.
En cuanto a la representación de los supuestos sacrilegios cometidos por los judíos contra los elementos sagrados de los cristianos, Manuel Forcano destacó especialmente las dos tablas dedicadas al Corpus Christi atribuidas al Maestro de Vallbona de les Monges. Encontramos todo un repertorio de ataques de judíos contra la hostia consagrada, que según las creencias cristianas se convierte durante la misa en el cuerpo de Cristo. En varias escenas se ve como un prestamista judío consigue una hostia consagrada de parte de una cristiana a cambio de perdonarle las deudas, y somete la sagrada forma a toda una serie de ataques para intentar profanarla y así burlarse del cristianismo y del dogma de la Transustanciación. A pesar de ser apuñalada, clavada en una lanza y hervida, la hostia se mantiene milagrosamente intacta, pero sangra abundantemente, lo que quiere evidenciar que es el cuerpo de Cristo. En la Cataluña medieval hay dos denuncias documentadas de cristianos contra judíos por, supuestamente, haber robado o comprado hostias consagradas para atacarlas: una en Barcelona, en 1367, y otra en Lleida, en 1383. En ambos casos las aljamas fueron reprimidas y los acusados fueron llevados a juicio, pero al final fueron absueltos porque se demostró que las acusaciones eran falsas.
Con la guía de Manuel Forcano hemos conocido detalles y aspectos de los retablos que habitualmente pasan desapercibidos, en un recorrido muy completo por las numerosas referencias judías que conservan las obras de arte gótico que se exponen en el Museu Nacional.
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