Ante enfermedades, sortilegios y muchos otros peligros que amenazaban su pervivencia, los hombres y las mujeres de la edad media en muchas ocasiones depositaron sus esperanzas de curación o de protección en el poder que, según creían, emanaba de determinados objetos. Paseando por la colección de arte gótico del museo, que cuenta con gran riqueza temática, nos podemos formar una idea muy precisa de ello.
Uno de los compartimentos del retablo mayor gótico de la iglesia parroquial de Granollers (Vallès Oriental), la tabla de la Princesa Eudoxia ante la tumba de san Esteban, ejemplifica a la perfección la creencia de la época en el poder curativo de las reliquias. Según la tradición, Eudoxia, que había sido poseída por el demonio, fue curada gracias a la acción del cuerpo de san Esteban. La pintura, sin embargo, no se limita a presentar el exorcismo de la princesa, patente por el dragón que huye de su boca. A parte de eso, muestra con todo lujo de detalles las prácticas devotas propias del período mediante la inclusión de los exvotos que cuelgan sobre la tumba santa, así como del personaje lisiado que ha acudido en peregrinación (y que lleva toda una serie de insignias de peregrinaje, entre las que se encuentran las de los principales centros del momento: las llaves de san Pedro, de Roma, y la concha, de Santiago de Compostela).
Por su poder, a veces las reliquias fueron sometidas a malas prácticas destinadas a la obtención de alguna finalidad ilegítima. Así se ilustra, por ejemplo, en el compartimento del Milagro de las abejas contenido en la predela del retablo mariano del monasterio de Sigena (Huesca). Según el relato de los hechos, un campesino consiguió una hostia consagrada y la colocó en el interior de su panal de abejas con la expectativa de mejorar su rendimiento en miel. Ante el comportamiento deshonesto del campesino, los insectos, por contra, conscientes que la hostia era el cuerpo de Cristo, le construyeron un santuario de cera para enaltecerlo. Como en tantos otros casos, pues, una mala praxis acabó provocando la manifestación del poder divino.
Las reliquias, sin embargo, no fueron los únicos medios de protección invocados en la edad media, sino que convivieron con todo tipo de amuletos, a los que se atribuían propiedades parecidas a las de los objetos sagrados. En ese sentido, resulta elocuente, por ejemplo, que el rey Juan I el Cazador a la vez que solicitaba reliquias a Tierra Santa, se esforzaba para conseguir objetos como un cuerno de unicornio, del que se explicaban toda clase de virtudes, entre las cuales la capacidad de proteger contra los envenenamientos.
Otro amuleto de propiedades mágicas reconocidas fue el coral rojo, indicado, entre otros, en caso de enfermedades sanguíneas o como protección en los partos, una de las principales causas de mortalidad femenina en la época. El arte medieval se hace eco de la costumbre de colocar un colgante de coral rojo en el cuello de los niños. En la colección del museo llevan ejemplos muy lucidos los niños Jesús de la Virgen de los «Consellers» o de la tabla de la Virgen de la Porciúncula, de Albocácer (Castellón).
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