Pablo José Alcover Cateura y Antoni Riera Melis
Introducción
Las cerezas aparecen representadas en dos retablos góticos del Museu Nacional d’Art de Catalunya. Esta entrada en el blog del museo quiere explicar el porqué están allí.
Unos apuntes sobre la palabra cereza. Tanto el castellano cereza como en catalán cirera provienen del latín vulgar ceresĭa. La palabra latina proviene de κέρᾰσος, vocablo griego antiguo. La palabra griega tiene precedentes más antiguos. Los investigadores aún discuten este origen más arcaico, en acadio, fenicio o armenio. Pero, en general, todos ellos comparten que es uno de los alimentos más antiguos consumidos por la humanidad y que es originario de Próximo Oriente.
El cerezo fue cultivado desde el neolítico. Posiblemente llegó al Mediterráneo occidental desde Asia Menor. Plinio el Viejo afirma que su introductor fue el cónsul romano Lucio Licino Lúcule , que lo descubrió en el reino del Ponto (Mar Negro), hacia el 150 aC durante la guerra contra Mitrídates IV. Otras fuentes aseguran, en cambio, que el cerezo ya estaba implantado en la península italiana, al menos tres siglos antes de la campaña del Mar Negro. A Lúcule se le atribuye sólo la introducción de una variedad de cerezas más grandes y dulces que las que se conocían entonces. En cualquier caso, la cereza, desde la edad antigua, se convirtió en una fruta consumida, apreciada y conocida.
En la Edad Media, la cereza comprendía el fruto de varias especies de árboles del género Prunus. Un número limitado de especies de Prunus se aprovechaba para el consumo humano. La variedad de cerezas escogidas para comer eran las que tenían los frutos más dulces.
Las cerezas no eran sólo apreciadas por su sabor sino también por su color, que variaba de un rojo muy oscuro hasta un amarillo claro. El color preferido de los medievales era como la actual: el rojo. Hoy sabemos que las variedades de cerezas rojas son también una fuente excelente de antioxidantes fenólicos.
Las cerezas se comían frescas y confitadas (con miel o azúcar). Nos centraremos en las frescas.
Las cerezas frescas eran habituales en las mesas, especialmente en las de las clases sociales más altas. Eran frutas a las que no tenían acceso los más pobres. Los habitantes de la Corona de Aragón de los siglos XIV y XV les tenían mucho aprecio. Tanto es así que, dentro de la cultura del obsequio de la época, eran consideradas un buen regalo. En los banquetes era habitual servirlas en un recipiente con otra fruta de temporada o esparcirlas por encima de la mesa. En algunas comidas especiales, como bodas era costumbre esparcirlas en pares sobre la mesa. Había algunas comidas especiales, como bodas, donde era costumbre esparcirlas en pares sobre los manteles.
En abril los cerezos de las variedades más dulces florecían, y entre mayo y junio fructificaban, según la variedad y la zona. Así, el tiempo de comer las mejores cerezas era como actualmente. La sabiduría popular lo recuerda en un refrán: “Les cireres, d’una a una pel maig, i pel juny, a grapades” (Las cerezas de una en una para mayo, y para junio, a puñados).
Una variedad de cerezo particular era el guindo (Prunus cerasus). Los frutos de este árbol eran las guindas o cerezas amargas, raramente consumidas frescas por su sabor amargo y a menudo, bastante ácido.
Los cerezos eran comunes en los huertos medievales. Los propietarios de estos árboles normalmente destinaban la mayor parte de la cosecha a la venta. La otra parte, habitualmente la más pequeña, era para el autoconsumo.
La venta de cerezas frescas se hacía normalmente en el mercado local, junto con otras frutas y hortalizas. La parada era sencilla. En una plaza, se colocaba una estera en el suelo. Encima de ésta, el vendedor disponía de cestas y sacos distribuyendo ordenadamente frutas y verduras. Dentro de las cestas solían ir las frutas, como cerezas, melocotones, manzanas y peras, etc… En los sacos generalmente encontraríamos las verduras como coles, zanahorias, nabos, cebollas, ajos, entre otros. Todo era vendido al peso por medio de una balanza de dos brazos.
Comentada brevemente la historia medieval de las cerezas, explicamos porque aparecen en dos obras de la colección de arte gótico del Museu Nacional.
Los retablos góticos del Museu Nacional d’Art de Catalunya con presentaciones de cerezas
Retablo de los santos Juanes, Maestro de Santa Coloma de Queralt
Un retablo es una obra de arquitectura, combinada con esculturas o pinturas, que se colocan detrás de un altar y que son parte de su decoración. Las pinturas de un retablo tienen, entre otros objetivos, adoctrinar al creyente representando de manera visual y explícita el contenido de los textos y tradiciones sagradas. Para lograr esto, las imágenes deben ser fácilmente inteligibles, es decir, interpretables correctamente por los fieles. Añadir elementos cotidianos para la sociedad de la época, como cerezas frescas, ayudaría a interpretar adecuadamente la iconografía representada en los retablos.
Empezamos por la obra de arte sacro más antigua. Es el Retablo de los santos Juanes, procedente de la capilla del castillo de Santa Coloma de Queralt, pintado por el maestro de Santa Coloma de Queralt, c. 1356. Aquí encontramos varias escenas de la vida de San Juan Bautista. En una de ellas observamos el baile de Salomé, uno de los relatos bíblicos más representados en la iconografía cristiana medieval.
La narración bíblica (Mt 14, 6-12, Mr. 6, 14-29) explica cómo la princesa Salomé realizó un baile extraordinario en un banquete ante su madre, Herodías, y su tío y padrastro, el rey Herodes Antipas. El monarca después del espectáculo maravilloso le dijo a Salomé que podría pedirle cualquier deseo, incluso la mitad de su reino.
La princesa estaba muy ofendida con Juan Bautista, por acusar a la familia real de cometer incesto. Por este motivo, el santo acabó en prisión. Ella, llena de odio, respondió a Herodes que quería únicamente la cabeza de Juan Bautista servida en un plato. Al rey no le gustó la idea, pero cumplió su palabra y ordenó la decapitación.
Así, en la escena del retablo vemos una mujer ricamente vestida, con una tiara y bailando en un banquete. Es la princesa Salomé. Encontramos la música que acompaña al baile: un instrumento de percusión que ella misma sostiene con las manos y un músico tocando a su lado. Por otra parte, identificamos un rey y una reina como comensales de la mesa. Los monarcas son rápidamente localizables por las coronas que llevan en la cabeza. Estos dos personajes son Herodes Antipas, y su cónyuge, Herodías. Sobre la mesa del banquete localizamos las cerezas esparcidas entre piezas de una vajilla de lujo y algunos panes. Esta distribución desordenada de las cerezas sobre el mantel la encontramos también en otras escenas de banquetes medievales. Una de ellas es la boda de Caná (Jn, 2-11), escena del retablo mayor de la iglesia de El Salvador de Ejea de los Caballeros (Aragón), pintado por Blasco de Grañén y Martín de Soria, entre 1454 – 1476.
Blasco de Grañén y Martín de Soria, Las bodas de Caná del retablo mayor de la iglesia de El Salvador en Ejea de los Caballeros, 1454-1476. (Tabla y detalle)
Un detalle importante: los versículos bíblicos que narran el baile de Salomé y la boda de Caná no incluyen ninguna referencia a las cerezas. Por lo tanto, estas frutas serían posiblemente una aportación del artista, un elemento cotidiano conocido y fácilmente identificable por la sociedad de la época que ayudaría a interpretar estas escenas como banquetes, uno real (el baile de Salomé) y otro de bodas (las bodas de Caná).
Los ricos, ayer y hoy, no comen cualquier alimento. Tienen dinero suficiente para seleccionar lo que quieren ante un abanico más amplio de posibilidades que los más modestos. Partiendo de aquí, una posible interpretación de la presencia de cerezas en Retablo de los santos Juanes es que el prestigio social del alimento en el siglo XIV fuera suficiente para incluirlo en una comida tan selecta como el de unos soberanos.
Maestro de Santa Coloma de Queralt, Retablo de los santos Juanes, (detalles del baile de Salomé), c. 1356, Museu Nacional d’Art de Catalunya
Virgen de la Porciúncula, Maestro de la Porciúncula
Continuamos con el retablo más tardío. Es la Virgen de la Porciúncula, procedente del santuario de Sant Pau de Albocàsser (Castellón, Valencia), pintado por el maestro de la Porciúncula, c. 1450-1460. Aquí observamos once cerezas. Dos las coge delicadamente la Virgen con una mano. Las nueve restantes están en un plato vidriado ricamente decorado y sostenido por las dos manos de un ángel arrodillado. El ser divino, vestido de blanco, ofrece nuestras frutas a María, la madre de Diós. Una posible interpretación de esta representación de cerezas la encontramos en los libros marianos o de devoción de María. Según leemos, podría ser que estas al ser dulces fueran una representación de la dulzura de la gracia divina de la Virgen.
Maestro de la Porciúncula, Virgen de la Porciúncula, c. 1450, Museu Nacional d’Art de Catalunya
Aquí finaliza nuestro breve recorrido por la historia de una fruta, la cereza, y su presencia en el arte gótico de la Corona de Aragón. De lo expuesto se desprende que las cerezas en los siglos XIV y XV tenían por lo menos dos funciones: eran una fruta escape muy consumida entre las clases altas y por su color intensamente rojo constituían también un ornamento muy prestigioso de las mesas.
Los Dres. Pablo José Alcover Cateura y Antoni Riera Melis son investigadores del Observatorio de la Alimentación (ODELA), grupo de investigación consolidado de la Universidad de Barcelona. Antoni Riera Melis es también miembro de la Sección Histórico-Arqueológica (SHA) del Instituto de Estudios Catalanes (IEC) y delegado adjunto del Instituto de Estudios Catalanes en la Unión Académica Internacional (UAI). Finalmente, el profesor Antoni Riera es miembro del Instituto de Investigación en Culturas Medievales (IRCVM). Emails: Pablo José Alcover Cateura: [email protected] y Antoni Riera Melis: [email protected].
- Sección Histórico-Arqueológica del Instituto de Estudios Catalanes
- Instituto de Estudios Catalanes en la Unión Académica Internacional (UAI)
- Dr. Antoni Riera Melis (IRCVM)