Francesc Quílez
El taller del artista: un espacio polivalente
Si abandonamos la digresión y recuperamos el hilo conductor de nuestro discurso, queremos evidenciar como este fenómeno de polivalencia permite realizar diferentes aproximaciones, así como un recorrido muy rico por las diversas facetas que presenta el motivo al que nos referimos. Aun así, pero, la existencia de una gran variedad de tipologías, los límites, o las líneas divisorias, que las tendrían que separar, se caracterizan por su permeabilidad y cristalizan en la aparición de un modelo de taller ecléctico y híbrido.
En el entorno de la temática de los talleres y de sus propietarios, los artistas, nuestro interés se focaliza en la existencia de un conjunto muy importante de producciones situadas en un abanico cronológico que va desde los inicios del siglo XIX hasta la década de los años 30 del siglo XX. El recorrido virtual nos acerca a la importancia que durante todo este periodo tuvo el ecosistema de producción artística.
El foco en el artista vs el foco en el entorno creativo
Desde unos inicios presididos, todavía, por el mantenimiento de la inercia sietecentista y la influencia de los modelos académicos, en los que el protagonismo recae en la figura del artista, captado mientras adopta un ademán serio, impostado y trascendente, la iconografía evoluciona hacia un progresivo interés por el habitado natural en el que realiza su actividad. Digamos, usando un símil fotográfico, que los autores abren el foco y nos presentan una panorámica más amplia, en la que el interés ya no se limita únicamente al propio rostro, sino que amplía el abanico de sus intereses y toma la necesaria distancia y perspectiva como para incluir, también, su entorno creativo.
En realidad, ambas aproximaciones son complementarias. En ambos casos, el autor escribe su autobiografía pictórica y en esta mirada auto referencial tanta importancia tiene el protagonista de la historia, como aquel entorno que la ayuda a auto afirmarse, a incrementar su autoestima y le proporciona cierta posición social.
El taller del artista o atelier como signo de distinción
La presencia destacada del taller, acabará eclosionando a partir de la década de 1870, momento en el que deja de tener una única dimensión, la de ser un espacio destinado a albergar los trabajos creativos, especialmente los asociados a la realización de tareas de características físicas, un tipo de lugar connotado de implicaciones prosaicas y funcionales, por devenir un espacio de proyección pública: un signo de distinción, un indicador material del estatus social adquirido por el artista, en definitiva, un escaparate destinado a exhibirse.
En este sentido, la aparición de las casas-estudio, a pesar de la existencia de importantes precedentes históricos –pensamos, por ejemplo, en la vivienda que el pintor Rubens habitó en la ciudad de Amberes-, que reúnen la doble función de lugar para vivir y para trabajar, constituye un modelo, de origen francés, que se difunde, con mucha celeridad y fortuna, por toda la geografía europea, a partir de la década de 1870. El atelier configura una tipología híbrida de taller que patentiza el anhelo y el deseo del artista para imitar y reflejarse en el sistema de valores burgués. La ostentación, la suntuosidad, el tamaño, el lujo, la riqueza y sobre todo poder hacer alarde, en este espacio idealizado, acontecen aspectos que son sublimados por unos propietarios que aspiran a satisfacer la idea del confort, lograr un alto poder adquisitivo y situarse en el mismo lugar, que el que ocupa el burgués en la escala social.
Vinculado a este modelo de reconocimiento y triunfo social, muchos de los ateliers adoptaron la forma de mausoleos, de grandes mansiones, que oscilaban entre las extravagantes cámaras de maravillas y el reflejo del ideario de los museos ilustrados. En el caso de las representaciones pictóricas, o en las imágenes fotográficas, se puede patentizar como estas referencias culminaron en la aparición de un sub-género, el del atelier del coleccionista, convertido en un santuario dedicado al culto fetichista y a la veneración de la memoria patrimonial. La pulsión coleccionista, convertida en un tipo de comportamiento cultural de época, en muchas ocasiones derivó en una acumulación desordenada, asistemática y sin que respondiera a un criterio de conocimiento erudito, que superara una inclinación de simple amateurismo. El fenómeno del horror vacui fue bastante frecuente y a menudo generó imágenes de espacios presididos por un hacinamiento de objetos de todo tipo y de características muy heterogéneas, sin que existiera una voluntad de construir un relato histórico riguroso. Sin embargo, también encontramos muchos ejemplos en los que hay una tendencia en la especialización monotemática que acostumbra a depender de qué fuera el género cultivado por el artista: orientalismo, historicismo, temática de género, etc.
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