Joan Duran-Porta
El interés de la cultura popular por la literatura artúrica, y en particular por el Santo Grial, se reaviva cada pocos años. Las aportaciones sobre el tema –a veces sensatas, otras verdaderamente estrambóticas– fluyen desde ámbitos tan distintos como la divulgación histórica, la literatura de best-sellers o el cine y la televisión, por no hablar de un cierto tipo de filosofía esotérica más bien banal y poco rigurosa que ahora tiene, en las redes sociales, una imparable plataforma de difusión. Desde una perspectiva supuestamente más seria, en los últimos años se han potenciado estudios sobre algunas copas antiguas que se quieren identificar con el antiguo Grial, como el Santo Cáliz de la catedral de Valencia o el llamado Cáliz de doña Urraca, de San Isidoro de León. Vana pretensión, pero fructífera desde el punto de vista económico y turístico.
La fascinación por el Grial no es nueva, por supuesto. Formó parte del imaginario colectivo de la nobleza tardomedieval y renació después, en época moderna, en contextos a menudo muy peculiares. Recordemos como lo buscaban resueltamente algunos capitostes nazis, y como, en la ficción cinematográfica, era localizado por Indiana Jones junto a un caballero templario eternamente vivo gracias a las propiedades milagrosas del objeto. Sin embargo, toda esta fascinación, antigua y moderna, está construida sobre un artefacto conceptual que no siempre es tan sólido como parece y que, de hecho, pertenece absolutamente al mundo de la ficción.
De entrada, pues, es necesario insistir en que el Grial es un objeto literario. Un objeto que nació de la imaginación del más célebre de los autores de romans o novelas en verso de tema artúrico de la Francia medieval: Chrétien de Troyes. En efecto: la primera aparición del Grial en la cultura europea se da en la última, y la más famosa, novela de este genial creador, escrita hacia finales de siglo XII y titulada, precisamente, El cuento del Grial.
Perceval llega al castillo para ser recibido por el Rey Pescador. Hacia 1330. Perceval ou Le Conte du Graal de Chrétien de Troyes, BnF Français 12577, fol. 18v. Aquí el grial se representa como un copón. Wikimedia commons
El cuento del Grial narra la historia de un joven caballero galés, ingenuo y algo bobo, llamado Perceval. En la aventura central de la narración, Perceval se hospeda una noche en el castillo del Rey Pescador, un hombre enfermo de quien, después, descubriremos que es primo del protagonista. Mientras cenan contemplan un extraño conjunto de objetos maravillosos presididos por un grial de oro decorado con piedras preciosas que resplandece mágicamente. Perceval no se atreve a preguntar para qué sirve ese grial… o, más exactamente, a quien sirve ese grial. La torpeza del protagonista desencadena la continuación del relato, con la extraña desaparición de su anfitrión y de todos los habitantes del castillo en la mañana siguiente, y la posterior búsqueda de la respuesta a la pregunta no hecha («a quien sirve el Grial?») por parte de un abrumado Perceval. Mucho más adelante en la acción, sabremos que el mágico objeto era usado para alimentar con una hostia consagrada al padre del Rey Pescador, recluido en un cuarto del castillo.
Representación de una fuente o grial en la decoración de Sant Quirze de Pedret . © Museu Nacional d’Art de Catalunya
Al morir, Chrétien de Troyes dejó inacabado El cuento del Grial, pero era un autor de éxito, de gran éxito, y la falta de desenlace dejó al público lector con la miel en los labios. Poco después, varios escritores quisieron dar un final a una historia, que, efectivamente, es algo más compleja e incluye una segunda trama protagonizada por otro caballero de la Mesa Redonda, Gawain. Asimismo, otros autores quisieron reformularla y adaptarla a su manera. De todo ello nació la llamada «literatura del Grial», que convirtió este objeto en uno de los temas estrella de la materia de Bretaña, la narrativa medieval que versa sobre el rey Arturo y sus caballeros. La búsqueda del Grial, física o simbólica, planeó desde entonces sobre esta vibrante literatura de aventuras mágicas.
Representación de griales en un capitel de la iglesia francesa de Saint- Hilaire de Puy-de-Dòme (siglo XII). Wikimedia commons
En el roman original de Chrétien de Troyes no tiene mucha importancia saber qué es un grial para seguir la trama, y se da por supuesto. No es un objeto extraño, sino conocido por los lectores de la historia, es decir, por los hombres y mujeres del norte de Francia de finales del siglo XII y principios del XIII. Pero… ¿qué era, exactamente, un grial? Unas décadas después, cuando el objeto y su contexto literario ya habían hecho fortuna, un erudito flamenco llamado Helinando de Froidmond lo explicaba claramente en una crónica: «los franceses llaman grial a una especie de escudilla ancha y algo profunda». Una «escudilla» es, en el vocabulario de la época, un plato hondo, un plato sopero, de manera que Chrétien de Troyes puso en el centro de su Cuento un objeto de la vajilla doméstica, un plato de grandes dimensiones (hoy le llamaríamos bandeja, fuente) de los que se usaban para servir comidas en la mesa, sobre todo guisos caldosos de pescado o carne, típicos de la cocina medieval. Y convirtió esta fuente en un objeto mágico, exótico, lujoso, cargado de simbolismo, y en el sutil detonante (como un precedente de los famosos McGuffins de Hitchcock en el cine) de la historia de su héroe, Perceval.
De momento, nada que ver con un cáliz, ni con una reliquia, ni con el Santo Cáliz utilizado por Cristo durante la Santa Cena. De momento.
Entre los continuadores y reformuladores de la obra de Chrétien de Troyes en la primera mitad del siglo XIII, uno de los más originales y prolíficos fue Robert de Boron, un autor del que tampoco se saben muchas cosas, seguramente borgoñón, que escribió una serie de narraciones en torno al Grial. A pesar de que en el texto de Chrétien de Troyes el objeto ya asumía un cierto componente religioso (con él se servía una hostia), fue Robert de Boron quien cristianizó definitivamente el Grial identificándolo de forma explícita con el cáliz empleado para recoger la sangre de Cristo en la Crucifixión. Este cáliz, más tarde, se asoció también con el episodio de la Santa Cena.
Y así, ya tenemos organizado el fenomenal proceso de transformación del objeto literario inicial (recordémoslo: una fuente para servir comidas caldosas) en una reliquia sagrada, en un cáliz nada menos que propiedad de Nuestro Señor Jesucristo.
Una visión romántica del grial en esta pintura de Dante Gabrielle Rossetti, La dama del Santo Grial (1874). Wikimedia commons
La identificación tuvo un enorme éxito, por supuesto. Rápidamente fue aceptada por el público que leía o escuchaba todas estas historias caballerescas de tema artúrico, la materia de Bretaña, teñidas progresivamente de vocabulario y de ambientación cristiana. A pesar de que a partir del siglo XVI esta moda artúrica fue decayendo, más tarde, ya en el siglo XIX, con la eclosión del romanticismo resurgió el interés por los caballeros de la Mesa Redonda y por sus aventuras, y también por los misterios del Grial, definitivamente asumido por todos como Santo Cáliz y convertido, en el imaginario romántico y post-romántico, en la más preciada y poderosa de las reliquias cristianas perdidas en la noche de los tiempos.
Cabe decir que la Iglesia nunca hizo mucho caso de toda esta historia. Nunca creyó en la identificación entre el Cáliz de Cristo y el Grial de las novelas caballerescas, novelas que menospreciaba ostensiblemente. Todos, absolutamente todos los autores y teólogos cristianos ignoraron el objeto y nunca lo tuvieron como verdadera reliquia. Atención: el auténtico Santo Cáliz (no el Grial) sí podía haber reivindicado su papel como relicario. Curiosamente, sin embargo, en un mundo medieval repleto de reliquias y relicarios por todas partes, el Cáliz de Cristo nunca fue una reliquia importante ni despertó mucho interés. Quizás porque se dio por perdido en época muy antigua. Sólo tenemos noticia de él por algunos relatos de viajeros a Tierra Santa de los siglos VI y VII. Después, silencio.
Detalle de las pinturas del ábside de Sant Climent de Taüll. © Museu Nacional d’Art de Catalunya
En las salas del Museu Nacional d’Art de Catalunya hay una serie de pinturas románicas que incluyen unas imágenes de la Virgen sosteniendo un objeto luminoso que a veces tiene forma de pequeño cuenco, a veces de cáliz o de otra cosa. Se ha querido creer que se trata de la Virgen del Grial, la representación de María llevando el cáliz del Hijo, que ilumina el universo: Ego sum lux mundi. Incluso se ha propuesto que Chrétien de Troyes pudo ver, de joven, estas pinturas, y que las habría recordado para imaginarse el Grial de su Cuento.
Detalle de las pinturas del ábside de Sant Pere del Burgal. © Museu Nacional d’Art de Catalunya
La representación de la Virgen María con este objeto luminoso es un tema local, exclusivamente pirenaico, que suscita comprensible interés. Más aún: el origen de la palabra «grial» parece residir, no en la lengua francesa con la que hablaba y escribía Chrétien de Troyes, sino en las lenguas meridionales del mundo franco: el occitano y el catalán. De hecho, las primeras referencias escritas a griales (es decir, a fuentes para servir guisos) se encuentran, todas, en documentos catalanes, los más antiguos de alrededor del año 1000.
Detalle de las pinturas del ábside de Argolell. © Museu Nacional d’Art de Catalunya
Pero resulta difícil creer que Chrétien de Troyes conociera las pinturas que hoy están en el Museu Nacional. Además, estos supuestos griales que sostienen tímidamente las vírgenes románicas ya hace tiempo que se identificaron, no con verdaderos griales, ni con cálices ni con otros utensilios para comer o beber, sino con lámparas encendidas, lámparas de aceite, cuyas formas eran, en la Edad Media, similares a las de los objetos de vajilla.
Lo más probable es, simplemente, que Chrétien de Troyes se inventara su mágico Grial. Para ello, convirtió un plato doméstico en una maravilla casi sagrada, que evocaba literariamente la realidad de muchos objetos de lujo profanos de la época, que eran regalados a las iglesias y se convertían allí, en utensilios sacros. Más tarde, los continuadores y los reelaboradores de la historia fueron más allá y transformaron el Grial en reliquia santa identificándolo con el Cáliz de Cristo. Tal es la potencia de la literatura, este es el impacto brutal de la recepción de la historia imaginada por Chrétien de Troyes. Una historia que, como ocurre con las mejores narraciones, enseguida escapó de las mismas intenciones de su autor para formar parte del patrimonio colectivo de la Europa medieval.
Un auténtico grial de madera torneada. Pieza catalana del siglo XIII o XIV. ©MEV, Museu d’Art Medieval
Podemos terminar diciendo que el verdadero secreto del Grial es que no existe. Que nunca existió. El Grial fue el producto de la imaginación de un poeta y, sobre todo, de la imaginación de sus apasionados lectores. Su conversión en reliquia demuestra la permeabilidad de las fronteras entre la maravilla y la realidad en la Edad Media, la particular idiosincrasia de un universo cultural capaz de mezclar, sin muchos problemas, la ficción literaria y la verdad de la fe cristiana.