Aquesta setmana us oferim el text original, escrit en castellà, d’un dels monitors conductors de l’activitat. Una petita descripció literària del que passa al museu.
Un pequeño relato sobre el taller familiar que realizamos en el Museu Nacional
Subimos a la montaña, hace frío, es sábado, son días de Navidad. Son las diez de la mañana, las escaleras mecánicas que llevan al museo están llenas de turistas haciéndose selfies con el móvil, sonriendo, de espaldas a la ciudad.
Algunos madrugadores, casi todos japoneses, con estupendas cámaras toman café humeante frente a la puerta del museo. Nos dirigimos al interior. Tenemos que preparar el espacio de trabajo para el taller de animación que dirigimos con motivo de la exposición Carles Casagemas.
Primero hay que avisar a seguridad para que abra la puerta del lugar donde trabajamos. Cruzamos la Sala Oval con un vigilante.
Colocamos en las mesas papeles, carboncillo, pasteles y preparamos las mesas de luz para calcar dibujos, y salgo corriendo a buscar al grupo de doce personas que vendrá hoy.
Pepón: –¡Hey, falta una cosa importante! ¡Pintarte el bigote!
Rafa: –Es verdad, casi se me olvida.
Durante la media hora de la sesión, cuando todo el mundo ha terminado una minianimación, apagamos las luces, colocamos sobre el monitor del PC un cartón que está troquelado y pintado como la boca de un escenario, y cada autor le pone sonido a su pieza. En directo, a tiempo real. Es el momento de pintarse un bigote y ponerse colorete para ayudar a sugestionarnos y sentirnos un poquito más cerca del 1900. O por lo menos reírnos un rato los unos de los otros.
Pero yo me estoy pintando antes de que todo esto pase, porque antes del taller tengo que hacer la visita guiada por la exposición y hablar frente al público siempre es difícil.
Pepón me pinta un bigote y ya me quedo mucho más tranquilo.
Me esperan cuatro familias que tienen cara de recién desayunados y un poco de muy dormidos.
De la exposición solo saben que es de dibujos y pinturas y que es de alguien que era amigo de Picasso.
Rafa: –Es todo el trabajo que se ha podido encontrar de este hombre, Carles Casagemas, que es ese señorito joven que veis en el cartel enorme, mitad Bob Dylan con los pelos a lo Cure.
Bajamos a la sala, la luz cambia, el sonido se empequeñece y se hace más íntimo, las paredes azules nos rodean y nos explican la aventura muy cortita de alguien que desapareció rápido y mal.
El dibujo, el dibujo está presente. Parejas en la calle, un guitarrista caminando, una señora esperando o descansando. Escenas de burdeles, mujeres, más mujeres, una “manola” vestida como un espectáculo de color. Olor humano, tabaco, perfume, viento, café, tacto.
Hay presencia, la presencia real de los modelos, pero también la del ser humano que está al otro lado del dibujo, agarrado al carboncillo con la voluntad de captar, capturar, congelar el movimiento, el espacio y el tiempo por arte de magia. Una magia que ahora mismo está aquí, que ha sobrevivido a las dos personas, al modelo y al dibujante, y que se despliega llenándonos de ecos.
Aquí es ahora. Ahora es siempre.
Rafa: –Imaginaros que pudiésemos dar vida a estos personajes, que en una esquina del marco de estos cuadros hubiese un botón play y al pulsarlo se pusiesen en marcha. Pues eso es lo que haremos en el taller. Descongelar este “fotograma”, darle continuidad.
Acabamos de ver la exposición y volvemos haca arriba, subimos las escaleras como si remontásemos estratos de la historia, una historia que quedará abajo, en el pasado. Subimos hacia la luz de la montaña otra vez. Las clases de arte deberían de ser así. Con las obras presentes, en los museos y galerías, y conectadas con una actividad creativa que permita al alumno integrar la información de una manera implicada, personal, viva.
Mientra caminamos hacia el aula, explico al grupo que Picasso y Casagemas viajaron juntos a París por primera vez, buscando desarrollarse y presentarse. De entre los muchos espectáculos que proponía a sus visitantes la ciudad de la luz, el Teatro óptico era una de las novedades destacables. Es fácil imaginar a los dos jóvenes asistiendo a alguna sesión espectáculo del primer cine. Charles-Émile Reynaud se hizo conocido con sus Pantomimas luminosas que eran una especie de animación muy rudimentaria, con una voluntad narrativa y muy parecida a los gifs animados que ahora mismo son tendencia en la red.
En todo caso, es un momento de arranque para el cine, una herramienta nueva que pretende también captar, retratar la realidad y poder mostrarla en movimiento, en acción.
Al llegar al aula encontramos sobre las mesas fotocopias en color de las obras que acabamos de ver, papeles y las mesas de luz. La idea, después de una pequeña introducción al cine de animación, es que dibujen o calquen a partir de estas copias y, con una colección de entre tres y ocho dibujos, propongan una acción que realiza el personaje. Una continuación inventada. Sin ninguna pretensión artística, solo por placer y juego.
Un sencillo programa online nos permite ir mostrándolas y visualizarlas al momento. Como siempre que uno se concentra en dibujar, el tiempo desaparece, se torna quietud o risa, el ambiente del taller es de pequeña tribu recién encontrada. Poco a poco se cierran los trabajos, cada autor le pone título y se pone a buscar qué sonido deberá acompañar su pieza. Estamos llegando al final del viaje. Es hora de pintarse para el pase en nuestro miniteatro de cartón y monitor de PC.
Cada uno tiene que dar forma y celebrar el resultado de su creatividad con y para los demás.
Aplausos y despedidas cálidas.
Enlaces relacionados
Imágenes animadas creadas durante la actividad familiar Pantomimas luminosas
http://ahomeinprogressfilm.com/
Rafa Castañer
Il·lustrador
One comment
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